En Pluma Volátil intentamos a nuestro estilo explicar cómo este gran médico y hombre de servicio ha llegado a ser tan reconocido, así no crean en él.
Por: Rafael David Sulbarán. Periodista. Creyente. También le gusta la ciencia.
«Qué santifiquen a José Gregorio, y el presidente pal sanatorio», mientras escribo esa frase no puedo sacarme de la mente la canción que la origina. Desorden Público en su álbum Plomo Revienta (1997) le dedica una pieza al hampa en Venezuela, bueno, en realidad le dedica el disco entero. Hay una canción en particular, entre las más populares de la obra, que se llama «Valle de balas», es un merengue ska bastante movido con una letra que describe la situación con la delincuencia en la capital por aquellos días. «La ciudad se encierra a ver telenovelas, se levantan fortalezas, se prenden velas, allá afuera los revólveres no respetan, plomo revienta y nadie se alarma más de la cuenta». Con estas estrofas arranca la pieza que dura apenas dos minutos y medio.
En un mini estribillo se repite dos veces la frase con la que arranqué este texto, evocando a ese llamado popular, esa petición de masas: la santificación de José Gregorio Hernández y que al presidente, bueno, al que estuviera en la silla, lo mandaran al manicomio.
Que José Gregorio tenga su parte en la canción y que incluso haga una aparición en el video (que tuvo cierta exposición en MTV) de una de las agrupaciones venezolanas más reconocidas, no es casualidad. Muchos de nuestra generación crecimos con la imagen de José Gregorio en la sala de la casa, en la estampita que te daba tu abuela cuando estrenabas cartera a las 10 años, en los unitarios de Venevisión compitiendo con los de RCTV, en la música, en la radio, en cada petición de salud para algún enfermo, en las calles en los muros, los carros por puesto, en los tableros de los autobuses, en las iglesias…en fin, en todos lados.
En nuestra cultura la figura de José Gregorio siempre estuvo allí, está y más allá de su grandiosa obra que hoy lo ha llevado a los grandes altares de la iglesia católica, «El médico de los pobres», está incrustado en nuestro sentir, en lo que nos define como venezolanos, en nuestra historia. Así no creas en él, así seas ateo, tenemos bien claro que José Gregorio forma parte de nuestra sociedad de una y mil formas.
¿Pero por qué sucede esto? ¿Cómo es que un médico andino llegó a hacerse tan famoso en esa época donde apenas la radio llegaba a unas pocas casas y el cine era el último grito de la moda? Trataré de explicarlo en mi propio análisis y consultando expertos.
El médico
Es importante entender que mucho antes de convertirse en una persona venerada y muy popular, José Gregorio fue un médico destacado, destacadísimo. Esto agranda su estampa, porque además de su calidad humana orientada al servicio era un taco, un prodigio, un cerebro. José Gregorio sabía inglés, francés, italiano, alemán, era un gran amante de la literatura, la poesía, era músico, filósofo. En fin, de todo.
Nació el 26 de octubre de 1864 en la población de Isnotú, estado Trujillo, que conforma la región andina venezolana. Sus padres fueron Benigno Hernández y Josefa Antonia Cisneros. De origen humilde, el pequeño José creció en el pueblo cuya principal actividad es la agricultura. «Era de prosapia ilustre, de alcurnia y abolengo proveniente de linajudos solares cantábricos, una de cuyas ramas vino a Venezuela en el segundo tercio del siglo XVIII y echó raíces en la ciudad de Boconó», expresa Leopoldo Briceño Iragorry en su artículo publicado en diciembre de 2005 en la Gaceta Médica de Caracas titulado: «Contribuciones históricas. José Gregorio Hernández, su faceta médica. (1864-1919)».
Se muda a Caracas con apenas 14 años de edad y termina el bachillerato. Luego ingresa a la Universidad Central de Venezuela y en 1888 obtiene el título de médico. Al poquito tiempo, el gobierno de Juan Pablo Rojas Paúl, presidente de Venezuela entre 1888 y 1890, lo convoca para algo muy importante. «San Gregorio» se encontraba en Isnotú donde había regresado luego de culminar sus estudios, pero un profesor muy querido en la facultad de medicina llamado Calixto Gonzáles lo llamó diciéndole que lo había recomendado al gobierno para una beca de estudios en Europa.
Rojas Paúl buscaba que jóvenes médicos sirvieran al país ya que muchos campos de la medicina estaban inexplorados en Venezuela, también azotados por la malaria y la tuberculosis, buscaban la manera de traer ideas formando a estos nuevos médicos para poder combatir las enfermedades y estudiar cómo evitarlas. Así, Hernández se trasladó a Francia para estudiar, «teoría y práctica en las especialidades de microscopia, histología normal y patológica, bacteriología y fisiología experimental, con la asignación de seiscientos bolívares mensuales», explica Iragorry en su texto.
En 1891, luego de haber realizado también estudios de histología, anatomía patología y bacteriología en Alemania, llega a Caracas para fundar la cátedra de bacteriología en la Universidad Central de Venezuela. Puedo decir que allí mismo comenzó su camino glorioso en la práctica medicinal, realizando diversas publicaciones con estudios adelantados a la época, conferencias en Estados Unidos además de estudios dentro y fuera de Venezuela. La cátedra de bacteriología de la UCV fue la primera en América…sí, la primera. Es decir fue un pionero en la docencia medicinal en el país y en el continente entero, además, se trajo en su maleta unos aparatos muy raros para esa época: los microscopios. José Gregorio fue el primero en manipular uno para estudiar los microbios y todas esas cosas que no son perceptibles al ojo humano sin ayuda.
«En el mundo médico venezolano no existe persona de la que se haya escrito más que de este ilustre trujillano; la exaltación de sus virtudes y la aureola de santidad creada en torno a su existencia, realizada por el fervor popular, groseramente abultado por los programas de cine, radio y televisión, han desfigurado la señera silueta del maestro, su vida y su obra, creando como un mito que poco armoniza con la realidad de su imagen de médico eminente, de reconocida santidad», reza Iragorry en su texto.
Esto me pone reflexivo y tiene razón en mucho: a nosotros nos han mostrado más la imagen santa, el personaje milagroso, místico, de otro mundo y esta faceta de científico quedó en un segundo y hasta tercer plano. Y de pana que es sabroso aprender un poco más de esto, es decir, mientras voy investigando descubro más su aporte a la ciencia y reafirmando cosas más allá de la santidad que ya todos suponemos y que la iglesia católica ha confirmado.
«Es con él cuando comienza la verdadera docencia científica y pedagógica, a base de lecciones explicativas, con observación de los fenómenos vitales, la experimentación sistematizada, prácticas de vivisección y pruebas de laboratorio. Introdujo el microscopio y enseñó su uso y manejo; coloreó y cultivó microbios. Fue además, un gran fisiólogo y un biólogo eminente, pues conocía a fondo la física, la química y las matemáticas, ciencias básicas y trípode fundamental sobre la que reposa toda la dinámica animal. Las aplicaciones prácticas de esas experiencias, las supo poner al servicio de la finalidad suprema de nuestro arte, que no es otro que curar enfermos y proteger la vida», remata Iragorry.
Todo esto, todo esto. Y de paso el tipo era buena gente, tenía don de servicio. En aquellos tiempos que una persona lograra un estudio universitario era un logro reservado para la alta sociedad y tal vez clase media. Por eso, un médico casi siempre se manejaba en la cúpula, atendiendo a quienes podían pagar una consulta. José Gregorio no fue así, atendía a sus pacientes gratuitamente, además que no paraba de estudiar, de aprender y aplicar. Todo esto ligado a su gran fe. Era un hombre religioso y fiel a su pensamiento.
Entonces toda esta mezcla lo lleva a ser una persona extraordinaria, pero creo que poco hubiésemos sabido de él si no hubiese sido el «médico de los pobres», eso lo llevó a ser muy querido entre las masas populares de aquella Caracas del final del siglo 19 y principio del 20.
La muerte lo alcanza el 29 de junio de 1919 golpeado por un automóvil y su figura se inmortaliza. Cuando un personaje tan querido muere, sobre todo siendo joven y de manera trágica, sin que la iglesia lo promueva, sin que un acto divino intervenga, a esos ídolos los llevamos nosotros mismos al altar. Eso ocurrió con José Gregorio.
«El médico bueno murió, no dejes desamparado a nuestro pueblo, le voy a prender una velita para que nos cuide la salud…», repetían muchas doñitas, los señores en su lamento y poco a poco se fue elevando la creencia, sumando devotos y salieron a flote las cosas extraordinarias, esas que la ciencia no puede explicar: los milagros.
«Quien va a operar a Yaxury soy yo, pero las manos que estarán presentes serán las del médico tratante. Tenga fe y más nada”, cuenta a El Pitazo Carmen Ortega, madre de Yaxury Colmenares, la niña a la cual se atribuye el milagro que convenció al Vaticano para llevar a José Gregorio al titulo de beato. «Él está conmigo todo el tiempo; en estos momentos está a mi lado», agregó durante una entrevista días antes de la beatificación del doctor.
Gracias TV
En 1949 unos cuantos de estos hechos extraordinarios acumulaba la iglesia venezolana y a través de la Conferencia Episcopal, introdujeron los papeles para que el Vaticano empezara a estudiar estos milagros e iniciar un camino a la oficialidad de su santidad, pero José Gregorio ya estaba en el sentir popular y en los altares.
Su popularidad creció más luego que la industria televisiva se abriera paso como medio de comunicación en los años sesenta. En la década de los veinte, la población venezolana empezó a trasladarse hacia las ciudades y la nueva economía basada en la explotación petrolera trajo modernidad al país. Entonces con más de la mitad de la gente viviendo en zonas urbanas, la televisión fue clave para expandir la popularidad de José Gregorio.
Radio Caracas televisión en el año 1964 transmitió una telenovela con su vida y obra. «Pocos años después de su declaración como “Venerable”, la misma compañía produjo una película que llevaba ese mismo título y que tuvo mucha difusión en otros países, y lo cual contribuyó, junto con los movimientos migratorios de los nacionales de esos países que llegaban a trabajar a Venezuela y luego retornaban a sus países de origen con la creencia en JGH», expone el estudio del Observatorio Venezolano de la Violencia publicado en 2020 titulado: «La creencia popular en José Gregorio Hernández en 2020, quiénes creen y quiénes no», informe que analiza la actual veneración (o no) en Venezuela hacia la figura del médico (por cierto, concluye que el 70 por ciento de la población venezolana cree en él actualmente).
Entonces fue allí donde la presencia de José Gregorio se hizo más fuerte en la vida popular y hasta en la cultura «pop» de nuestra Venezuela, es decir, pasamos de la creencia de boca en boca, de las abuelas en las iglesias, a verlo como una figura icónica en serie de televisión, programas de radio, canciones de bandas rockeras y más recién en el internet.
«La popularidad y amplia aceptación de JGH pudiera radicar en que se convirtió en un factor de “homogenización cultural” del país (Zatta, 2008), pero quisiéramos detenernos en tres dimensiones de su vida y su representación en la sociedad que consideramos son relevantes, aunque no únicos, para comprender su importancia como fenómeno social: la cientificidad, la religiosidad y la solidaridad«, agrega el informe.
Y bueno coincido plenamente con ellos en esta afirmación, su extraordinario talento como médico, como hombre de ciencia, su don de servicio, de buena fe, de hacer el bien, la solidaridad, su muerte y el impacto que generó, llevó a que José Gregorio quizá sea el venezolano que siempre está, lo convirtió en una figura de encuentro, de unidad, de creencia, devoción y admiración para muchos, miles, millones de venezolanos y personas extranjeras, dentro y fuera de nuestro territorio.
Les voy a compartir el estudio del Observatorio Venezolano de Violencia que citamos en este artículo, se los recomiendo bastante.
Fotos: Aleteia