La familia de Eudomario Castillo Clavel se cuenta entre las fundadoras de Cabimas, con personajes muy importantes. En esta ocasión, habla de sus abuelos.
Memorias de un cabimero. Por: Edudomario Castillo Clavel
Mis Abuelos Paternos
Cuando suceden los hechos en el hato la Rosa, mi abuelo paterno Jesús María Castillo Pérez ya había fallecido (1909), él había nacido en Maracaibo en el barrio El Empedrao y según me contaba papá su familia venía del Moján y estos a su vez de Capatarida, estado Falcón, llegando a Cabimas por primera vez siendo seminarista, ayudante de uno de los curas que celebraban las misas en las festividades de la Virgen del Rosario.
Mi abuela nacida en el hato Punta Gorda, era nieta del matrimonio Romero Villasmil. De nombre Eufemia Romero Romero pertenecía a la sociedad de la virgen. Mi abuelo al conocerla dejó los estudios y se vino a Cabimas a vivir. Trabajó en muchos oficios que heredó de sus familiares, conocía el lago sus corrientes, su fauna, era buen pescador, buen marino, en tierra era buen maderero, labrador y también matarife para alimentar a los peones de los hatos y al pueblo. Era vasallo de San Benito, suministraba los cueros para los tambores y como buen empedraero amante de la gaita.
Organizaba la gaita tambora en honor a Santa Lucia, usando los tambores de los chibangueles de San Benito: el regañón, el medio golpe y el requinto. Como era estudiado, llegó a desempeñar puestos de jefe civil o juez en varias ocasiones. En una de esas fue cuando sucedió el crimen de la casa de tejas.
Era muy respetado y apreciado en Cabimas y más se le conocía como matarife y carnicero. Puedo decir, fue el primer matarife y carnicero que tuvo el pueblo de Cabimas. Como dato curioso el día que se mataba una res no se beneficiaba chivo, ni puerco, la venta la hacían en burro y el aviso de su presencia en la Rosa, Cabimas y Ambrosio era tocando con un palo los cajones que de ambos lados de las jamugas (especie de silla) llevaba la bestia.
Ese contacto con los tres caseríos y su religiosidad lo hacían ser conocedor y dirigente en las festividades de la iglesia.
Al casarse trae del hato Punta Gorda a vivir en Cabimas, donde hoy está el Banco Popular (en la Avenida Principal del centro), en esta casa nacen todos los hijos del matrimonio que eran en total siete. Con el correr del tiempo y por razones económicas, pasa la familia Castillo Romero a vivir en una de las casas de Pepito Perozo, quien era primo hermano de mi abuela Eufemia. La casa estaba ubicada en la calle Principal de Cabimas, boca calle de la Colón, haciendo esquina con la hoy farmacia Popular y allí construye el matadero. Hoy año 1988 queda la panadería Romana, calle Colón, al fondo de la casa, más o menos a cien metros. de ella.
En los años 20, cuando empezó a matar tres reses diarias con chivo y cochinos, el matadero fue cambiado por el gobierno a la orilla suroeste del jagüey Seco, hoy el Barrio Tierra Negra.
Once hijos por todo, tuvo mi abuelo, con mi abuela como dije anteriormente, tuvo siete: cuatro hembras y tres varones, siendo mi papá el número seis, sus nombres: María, Josefa, Georgina, Elisa, Eduardo Arturo (mi padre) y Miguel Castillo Romero y en una vecina de Ambrosio de apellido Lizardo, tuvo cuatro hijos: dos hembras y dos varones, sus nombres: Concepción, Dolores, Melquiades y José. La herencia que dejó mi abuelo fue la honradez y ser buen trabajador.
Mis Abuelos Maternos
El nombre de mi abuelo materno era Amable Clavel Borjas, nacido en Cabimas en el año 1858, donde hoy está el parque Bolívar y murió un 30 de diciembre de 1939. Era hijo de Pedro Clavel Romero, quien era nieto de Lorenzo Romero y Juana Villasmil. Amable hombre de mucha paciencia y buen observador, conocía bien los montes y sabanas, buen maderero. Se contaba que cuando él salía a cortar madera solo lo acompañaba un morral donde llevaba como avío una panela, café y plátano, su hacha y azuela. Regresaba al mes con cuatro o cinco tosas listas para ser transportadas por los carreteros; igual conocimiento tenía del lago y sus tormentas, sabia poner a resguardo la embarcación por él capitaneada, ejemplos que seguían los demás capitanes, llamados en la zona piragüeros.
En tiempos de tormenta la resaca es muy fuerte en Cabimas, cuando caía la tarde en el puerto de Cabimas los piragüeros comentaban: “Si el zorro no ha movido la Emperatriz es que esta noche no hay tormenta”. El apodo del zorro no era por taimado, sino por su cabello grueso y flechúo, que siempre llevaba corto, el llamado pelao de cepillo. Este sobrenombre no le gustaba y a más de uno paró de cabeza de un solo puñetazo.
Si mi abuelo hubiese vivido en esta época, donde el deporte es un modo de ganarse la vida, él se la hubiese ganado fácilmente, era un pluma por su peso, pero con pegada de un medio pesado. También como lanzador, ya que, tumbaba los cocos a pedradas y en la cacería de conejos o aves lo hacía con piedras lanzadas con buena puntería y tino del potente brazo que poseía, condición que admiraban muchos los que lo conocieron.
Creando el municipio Cabimas, fueron muy pocos los nativos que legalizaron sus propiedades ante el consejo del distrito, consideraban no ser necesario. Costumbre de esa época era cercar el jardín para que animales realengos no lo dañaran y los límites del terreno propio de la casa los marcaban con estantillos, llamados madrinas, sin cerca. Las tierras habían sido dadas por Juana Villasmil y eso era garantía.
El padre Zuleta enterado con lo que podría pasar con la llegada de gente extraña y nueva a Cabimas, desde la iglesia empieza y termina una campaña logrando que todos o casi todos arreglaran los papeles de sus casas y cercaran todo su terreno. Por la insistencia del padre, mi abuelo legaliza el terreno y propiedad de la casa, pero no cercó.
Cuando llegaron las petroleras la explosión de crecimiento fue grande dentro de los límites del pueblo, pues en la periferia del mismo no se permitía ningún tipo de construcción según los guardabosques, esto llevó a multiplicar las casas desapareciendo sus patios, al ser construido todo tipo de gatos y casuchas dentro de los mencionados patios o fondos.
La casa de mis abuelos en la calle Principal estaba al lado de la de Pepito Perozo, más o menos a 30 metros una de la otra y al lado derecho iba el bebedero de la calle El Rosario a la calle Principal y de esta al muelle N°2. Este callejón fue reducido a una vereda por la construcción de casuchas de madera y lata en el terreno de Natividad Rojas que era su otro vecino.
Un recién llegado a Cabimas de nombre García Delepiani, invade la propiedad de mis abuelos, por el fondo, que era la calle El Rosario. Mi abuelo al tratar de hacer valer sus derechos es puesto preso y enviado a Maracaibo. Este señor tenía todo bien preparado con los jueces y abogados y se quedó con la parte invadida y no solo eso, sino que la construcción hecha en el terreno cambiaba el bebedero (callejón) al lado izquierdo de la casa, es decir, entre la casa de Pepito Perozo y la de mis abuelos, les estoy hablando de la hoy calle Colón.
La construcción, una de las mejores de esa época, todavía existe y se conoce con el nombre de Bar Maracaibo o Bar de Quintín, de hecho ahora esa esquina le dicen la esquina de Quintín; este establecimiento fue un bar, aunque en los primeros años fue botiquín de mujeres de la vida, distribuido así, en la esquina el bar y en el callejón cuatro piezas que ocupaban estas mujeres. Vale la pena decir que las familias que allí vivían protestaron para que sacaran de esa zona tanto el bar como las mujeres y el sitio donde vivían; lo único que se logró fue que el gobierno reubicara la vivienda de las meretrices, se evidenciaba que el poder de este señor Delepiani era eminente.
A la familia Clavel Soto no le valió nada, mostraron sus papeles de propiedad, buscaron asesoría con un abogado a través del padre Zuleta, pero nada valió, puedo decir que la rama Clavel Romero de la sucesión Romero Villasmil fue doblemente víctima de la corrupción del poder, parece ser que en Cabimas las familias de bien estaban marcados para destruirlas y más aún si eran miembros de la sucesión Romero Villasmil.
Sin embargo como ya he dicho mis abuelos eran gente honesta y trabajadora, así que este pleito perdido no los aminoró, por el contrario les dio más fuerzas para seguir adelante. De esta manera mi abuelo sigue en su trajín haciendo viajes en su lancha, los cuales eran hacia Maracaibo, con el fin de transportar productos y a su vez traer mercancía. En oportunidades cuando los productos escaseaban en la Costa Oriental del Lago, viajaba al sur del lago, de regreso de uno de estos viajes fue cuando lo pusieron preso, por reclamar su propiedad.
Al salir del presidio, en donde estuvo dos años de trabajo forzado en la carretera Unión en Maracaibo, su hermano Régulo, el cual poseía una tienda, llamada aquí bodega, la cual era especie de abasto porque tenía un mostrador inmenso y vendía al detal y al mayor, este abasto quedaba en la esquina de la antigua plaza de Juan Vicente Gómez, que después pasó a ser plaza Bolívar, hoy Parque Bolívar. Régulo le dio trabajo como dependiente y donde si se quiere está como vigilado.
Digo esto porque cuando se empezó a construir por el gobierno la Calle Colón, fue puesto preso de nuevo, los hechos: Amable sale del negocio para su casa y cruza la calle que están construyendo, el mosquito soplón le avisa al policía que está de guardia con un máuser, para que lo detengan, mi abuelo ve esto y se acerca al mosquito y le pregunta: «¿por qué me van a detener?», el mosquito lo llena y lo vacía de palabrotas y el mosquito cae largo a largo, había recibido un recto de derecha.
El policía solamente se limitó a echar por delante a mi abuelo, el cual fue arrestado para regresar con pesas en los tobillos y con un pisón para trabajar en la calle, cuestión que duró solamente una hora, porque fue avisado su hermano y este logró de nuevo su liberación, para seguir trabajando en la tienda donde estuvo sus últimos días de labores.
Mi abuela Eva Soto Rall, bautizada con el sobrenombre de “Maeva” por mi hermano Arquímedes. Nació en Ambrosio, donde hoy está la emisora Radio Cabimas. El papá de Maeva era de Santa Rita con ascendencia directa de los Soto de San Francisco y Punta de Piedra el Manzanillo. La mamá de Maeva era mulata, hija de matrimonio padre francés blanco y madre negra africana, nacida en uno de los hatos de Punta Icotea.
Los Soto Rall fueron cuatro hembras: Felicia que se casó con Tiburcio Meléndez, quien era carpintero de ribera, Carmen, casada con Ricardo Gutiérrez, quien fue juez por muchos años en Cabimas y Maracaibo, Eva (mi abuela), casada con Amable Clavel Borjas y Anselma quien estando soltera tuvo una hija con Guillermo Guillén, el cual era dueño de un hato en Punta Icotea, el nombre de la hija: Margarita Soto, quien años después fuera una renombrada partera acá en Cabimas.
Del matrimonio Clavel Soto nacen seis hijos, tres hembras y tres varones, una de las niñas muere siendo muy pequeña de apenas tres años. Los nombres y orden de nacimiento son: Francisca del Rosario (mi mamá), Bernardo José, Librado Segundo, Delia Rosa y Eduardo Antonio.
La casa de mis abuelos era como especie de posada, en los días de las fiestas religiosas, se quedaban sus amigos especialmente los vecinos de su terruño Ambrosio. Maeva acostumbraba prepararles suculentos almuerzos como: sancochos de gallina, de res, o las famosas sanfainas y caldos de coco, de armadillo fresco o bocachicas saladas, acompañadas con plátano verde asado y los que llegaban de forma pasajera les ofrecía el cafecito o dulce de hicaco o limonsón con manjar o si no, una “malderrabia”, llamada así al plátano maduro en dulce. En fin, de casa de Maeva nadie se iba sin comer.
Esta costumbre la mantuvo aún después de haber llegado las petroleras, agregándose por la proximidad del mercado preparando sancochos o caldos de coco los días domingo para dárselos a los que deambulaban, borrachitos o enfermos, alrededor de este. Las personas se acercaban con potes o totumas a pedir.
En vida mis abuelos vendieron la casa por una bagatela, la razón de venderla, según mi mamá fueron dos: primero: después de haber vivido el tiroteo ocasionado por la muerte del General Gómez, cuya casa quedó prácticamente en el medio de la balacera, allí murieron veintiún personas. Segundo: también ayudó esa decisión la falta de consideración de las nuevas autoridades con respecto a la muerte accidental de su hijo menor Eduardo, a quien por cariño le decían “Lalo”, quien tras haber fracasado en su matrimonio se entregó al aguardiente alcoholizándose hasta el extremo del delirium tremens.
En una de esas crisis mi tío Lalo, se salió de la casa y se dirigió al mercado donde tomó un cuchillo de uno de los picadores de carne y con este en la mano amenazó con herir al primero que se le acercara. Al tratar la policía del mercado de desarmarlo este se hizo una pequeña herida en el pecho, herida que ignoraron las autoridades, arrestándolo sin llevarlo al médico.
La familia toda se movilizó, mi papá conocía de la herida y le advirtió al jefe civil, que tío Lalo era un hombre enfermo, nada valió y mi tío en el rastrillo, debajo del frondoso almendrón de la jefatura civil, la cual quedaba al lado de la iglesia, hoy catedral, murió de tétano a dos días de estar preso.
Esta situación fue devastadora, por lo que la familia Clavel Soto puso rumbo a Punta Icotea y se establecieron en la antes calle ciega llamada el Candilito, bautizada con el nombre de San José, por mi tío Bernardo, a quien cariñosamente le decíamos “Pitino”. Es importante resaltar que no solo le fue cambiado el nombre sino que por acciones precedidas por Pitino la calle fue abierta hasta la calle del muelle de la VOC, hoy calle la zanja, era el año 1950.
Selección del libro Memorias de un cabimero (1994), de Eudomario Castillo Clavel.
Edición: Marianela Castillo, Rafael Sulbarán Castillo.