Por el auge petrolero, Cabimas recibió mucha gente de todo el país e incluso, fue un centro para migrantes europeos que huían de los resultados de la guerra mundial. Muchos se asentaron, hicieron familia y empresa.
Memorias de un cabimero. Por: Eudomario Castillo Clavel
En mi andar de una empresa a otra, logré reportarme donde el supervisor de la contratista, era uno de mis maestros de soldadura, el cual se había liquidado junto a su antiguo jefe del taller de soldadura de La Salina. Ese señor era un gringo que le daba paso a sus paisanos que llegaban de la guerra con otras ideas y porque no, con otras metas. En esta contratista gracias a la confianza del jefe criollo obtuve un sueldo de primera y responsabilidades de capataz, con estas credenciales me desempeñé bien.
Estando en mis obligaciones, empezaron a llegar inmigrantes europeos a Cabimas y a mí me tocó probar en la rama de la soldadura a unos cuantos. Recuerdo a uno en especial, porque fue reportado en el frente de trabajo donde me desempeñaba y a la hora de la comida, la cual teníamos que hacerla en sitio, este señor, se apartaba, el motivo: la comida. Esta era un pan, una lata de sardina y un refresco, todos los días comía lo mismo.
Todos los que ahí trabajábamos lo convencimos de que comiéramos juntos. A esta hospitalidad este inmigrante supo corresponder con su amistad y confianza. Luego de eso todos los mediodías después del almuerzo nos contaba como vivió la guerra y como había hecho para estar en Venezuela y después como llegó a Cabimas.
Nos decía de la guerra, que antes de esta trabajaba en el comercio dueño de un café en Paris, porque él era francés de más o menos 45 años. Comentaba que al llegar los alemanes a Francia fue reclutado y enviado a Italia a trabajar en talleres donde se producían armas. Al terminar la guerra quedó en Italia como desempleado, deambulando por las calles como vagabundo, pasando hambre y frío.
Cuando se le preguntó ¿Por qué no había regresado a Francia? Dijo: «Todo estaba perdido», por eso quiso dejar el continente. Pensó en ir a Estados Unidos de América pero era muy difícil, así que estaba en Italia en la espera para viajar como inmigrante a cualquier país que estuviera necesitado de mano de obra calificada.
Cuando supo que un país americano estaba solicitando emigrantes conocedores de agricultura y cría, en pocas palabras campesino, buscó los centros de emigración en los cuales fue rechazado de plano, porque la selección era estricta.
Casi al año, fue reclutado para viajar al país Venezuela, su destino Caracas. Ya en esta le asignaron un hotel y comida y le dijeron que estuviera pendiente de las autoridades, indicándoles diferentes sitios donde debían permanecer en caso de alguna información.
El sitio preferido era la plaza Bolívar de Caracas. La gente del gobierno siempre iban allí y preguntaban si los que estaban a la espera tenían experiencia bélica, porque necesitaban mercenarios.
–A esto yo les respondí que no, una de las autoridades me recomendó que me viniera al Zulia a buscar trabajo, eso sí bajo mi propio riesgo, aunque había mucha posibilidad en las petroleras o donde consiguiera, que ellos lo ayudarían en caso de que fuese rechazado como extranjero.– Dijo una vez cuando conversamos largo en la hora de descanso.
Esta ayuda era la única que iba a recibir porque desde ese día sobrevivir seria de su incumbencia. El trabajo por el que se le había contratado terminó y supe después que con su indemnización y lo ahorrado se había comprado una vieja camioneta, con la cual se fue a vender pan en los barrios de Maracaibo asociado a un paisano suyo y en menos de dos años era dueño de una panadería, llegando a una holgada posición económica que se merecía.
Selección del libro: «Memorias de un cabimero», de Eudomario Castillo Clavel
Edición: Marianela Castillo, Rafael Sulbarán Castillo.
Foto: La Vanguardia.