Este joven venezolano terminaba de trabajar en una finca en Ubaté, Colombia, cuando una avioneta apareció en chocando con un árbol antes de precipitarse. Un milagro ocurrió a los segundos.
Por: Rafael David Sulbarán. Periodista. Le gusta la pasta. Le va al Barcelona.
Un ruido de motor capturó la atención de Dixon Gabriel Manzano, quien trabajaba en una finca en Ubaté, Cundinamarca. Segundos más tarde, otro sonido muy fuerte lo hizo salir corriendo. La escena que encontró era la de una avioneta estrellada, muy cerca de unas vacas. En medio de la humareda, Dixon descubrió el llanto de un bebé, pero no podía verlo. Al inspeccionar, consiguió hallarlo, a unos metros de la aeronave.
Lo tomó en sus brazos, sabía que debía llevarlo a un centro asistencial. Antes, Dixon decidió ver en el interior del aparato siniestrado. “Nadie respondió. Solo logré ver a la señora mamá moverse un poco. Alcancé a decirle que no se preocupara, que su bebé estaría bien”, contó Dixon Gabriel en una entrevista vía telefónica con el Proyecto Migración Venezuela.
Esa tarde de martes una pequeña avioneta qe había partido desde Santa Marta con cuatro pasajeros a bordo se estrelló en una finca en el sector Novilleros, de la población de Ubaté en Cundinamarca, a unos 100 kilómetros de Bogotá, la capital de Colombia.
Fabio Grandas, Mayerly García y Nurys Masa perdieron la vida casi al instante luego de la colisión. Martín Grandas, de apenas un año de edad fue el único sobreviviente. “Fue sorprendente e inexplicable cómo terminó ese niño allí. Yo venía observando la avioneta que venía volando bajito y chocó con un árbol, al ratico cayó al suelo y yo no vi ningún cuerpo saltando”, cuenta Dixon durante su receso en el criadero de yeguas donde trabaja, justo al lado del sitio del accidente.
“Pues estuve en el momento preciso, en el sitio indicado para poder salvar al niño”, reflexiona Dixon, quien es un migrante venezolano y tuvo que pasar por muchas cosas para poder estar allí como un empleado en esa finca y poder convertirse en el héroe de esta historia.
Dixon Gabriel nació en la ciudad de Maracay, en norte de Venezuela, muy cerca de la capital, Caracas. Trabajaba con su papá en el negocio de la construcción, montando ventanas, pisos y paredes. Un día, motivado por la crisis económica y alentado aún más por su comadre, decide llegar con unos amigos hasta Paraguachón, principal punto fronterizo entre Colombia y Venezuela en la Guajira.
“Mi comadre me había dicho que nos iba a pagar el pasaje hasta Montería, pero se estaba tardando. Ya estábamos en el terminal de Maicao, esperando poder salir pronto”. Dixon continuó esperando y un alma caritativa se les acercó para ayudarles.
“En eso el señor llamó a mi comadre y le hizo girar un dinero a la compañía de transporte, pero no era suficiente. El señor nos regaló 90 mil pesos, pan y refresco. Gracias a eso pudimos viajar”, relata el joven de 24 años.
En su llegada a la ciudad de Montería, en Córdoba, se dio cuenta de la dura realidad que le esperaba al ser un migrante sin documentación legal en el país y luchar por un poco de dinero en medio de insultos xenófobos. Esto lo vivió Dixon en carne propia al trabajar en la calle como limpiador de vidrios, vendedor de chupetas y mandarinas. “Mucha gente no tolera vernos en las calles”, apunta, pero él prefiere quedarse con otras palabras, con otras acciones, las que realmente valen.
Junto a su familia llegó a Ubaté luego de pasar una larga temporada en Antioquia. Arribó a Cundinamarca y doblar su jornada de trabajo en la calle para poder pagar el boleto en autobús. Cuando fueron recibidos en el pueblo por una tía, alquilaron una casa, pero la situación se les puso muy cuesta arriba al no conseguir trabajo. “Sin papeles es muy difícil en este país. Un extranjero con cédula es casi invisible, imagina los que no tenemos un documento”, añadió.
A pesar de tener más de cuatro años en Colombia, Dixon no posee un documento, un Permiso Especial de Permanencia, algún salvoconducto y mucho menos una cédula de extranjería. “Se ha hecho muy complicado sacar algo, porque o tengo que pagar mucho para una visa o no me permiten sacar el permiso sin mi pasaporte”.
Pero eso no le quita el sueño, aunque sí le ocupa. A Dixon le gustaría tener su cédula y poder sacar su cuenta bancaria, ahorrar y comprar sus cosas. Pero lo que más le preocupa es el futuro de su hija. “Mucha gente me dice que me devuelva a mi país, que allá tengo casa, pero aquí tengo un techo que me brinda el patrón y por lo menos para comprar lo básico de comida. No puedo llevar a mi hija a un sitio donde no pueda comprarle su comida”. Pero de igual manera Dixon anhela regresar a Venezuela, poder seguir estudiando, progresar y ver crecer a su hija de cuatro meses de edad.
A raíz del rescate que protagonizó, ha recibido buenos comentarios de la gente felicitándole, incluso la familia del bebé se han comunicado constantemente con él para agradecerle y para brindarle noticias del pequeño.“Yo también tengo a mi hija y me gustaría que me la trataran bien, por eso yo acá trato bien a las personas, no vine a robar ni a maltratar a nadie”.
Se queda pensativo al recordar que algunos de los vecinos que se acercaron a la avioneta le cuestionaron el no haberse quedado con alguna pertenencia de las víctimas, un celular, dinero o joyas. “Muchos me dijeron que hubiese aprovechado para quedarme con esas cosas, pero yo no soy así, soy un ser humano con principios y no voy a estar valiéndome de la vulnerabilidad de esas personas para mi beneficio”, recalcó.
“Algunas personas me han comentado por Facebook que me regrese a mi país, que acá no hacen falta héroes, y claro, les digo que yo no vine acá para ser un héroe, yo vine a trabajar duro, a ganarme la vida y ser un ejemplo para mi familia. Con eso es suficiente”, finalizó.
Texto publicado en el Proyecto Migración Venezuela.
Foto: Grupo Semana.