Nos fuimos por primera vez al concierto gratuito más grande de Latinoamérica y bueno, terminamos mojados, cansados pero muy animados
Rafael David Sulbarán. Periodista. Rockero. No reggaetonero.
Yo siempre escuché del Rock al Parque allá en Venezuela. Como todo buen rockero estaba pendiente de lo que pasaba en la movida latina y bueno, ese festival siempre ha sido destacado. Nunca en la vida pensé que iba a asistir. Pero la ola migratoria de la que formo parte me lo permitió.
Rock al Parque es, me atrevería a decir, el festival de música gratuito más grande de América Latina, y bueno, finalmente pude ir luego de vivir casi dos años en la ciudad de Bogotá.
Para este año se esmeran, es que celebran 25 años de existencia. Desde 1994 la Alcaldía de Bogotá le hace este regalo a los habitantes, y bueno ahora no solo de Colombia sino de varias partes de América.
En silencio
Cuadro con Ana María y su novio Jorge para asistir al segundo día. Estoy de vacaciones y bueno, no tengo excusas para ir. Ana María es una de mis alumnas. Se siente un poco raro estar así rodeado de puros veinteañeros y yo con casi 40, pero bueno, así es la vida. Inevitablemente recuerdo mis días de la Descarga Belmont en Maracaibo donde me cansé de brincar junto a mis amigos escuchando a King Changó, Los Amigos Invisibles, Caramelos de Cianuro y mis favoritos: Desorden Público. Esos días quedaron atrás como ese país que ofrecía a cada rato grandes conciertos.
Pero bueno, ahora esta es una nueva experiencia. El Parque Metropolitano Simón Bolívar es el que recibe el festival. Un inmenso oasis verde en medio de los edificios y la bulla de Bogotá, así tipo Central Park de Nueva York.
Tres son los escenarios puestos en diferentes partes. «Plaza» es el central, frente a una planicie de concreto que tiene a su alrededor unas gradas extrañas. «Lago» es otro escenario un poco más pequeño frente a la grama amistosa del parque. «Bio» es el otro, un poco más grande, como el segundo al mando, también frente a unas lomitas de grama.
Ese sábado yo voy por El Gran Silencio, la banda mexicana que hizo parte del soundtrack de mi vida en mi etapa universitaria al inicio de este siglo. Ana María es una chica con mucha energía, su novio es un tipo observador. Los tres estamos sentados debajo de una carpa para cuidarnos de la lluvia. En el fondo escuchamos a «Eruca Sativa», una banda argentina liderada por una chica con una belleza y voz muy particular.
Hace un rato habíamos visto a «The Warning», una banda mexicana de solo chicas con un sonido rockero muy interesante. «Son unas princesitas bellas tocando el rock», me dijo un parcero mientras la líder de la agrupación canta y dando palazos a la batería.
La lluvia sigue fastidiando, parece que en Bogotá nunca deja de llover. La mayoría de las agrupaciones en el cartel ese día no las conozco, solo me mueve El Gran Silencio. Nos movemos al escenario plaza y nos topamos con otra banda mexicana, esta es de punk llamada «Acidez». Los panas combinan bien el trash con el punk, guitarras y bajos fuertes y una poderosa voz. Las diferentes ollas o «pogos» se armaron a nuestro alrededor. Yo me quedé solo con Jorge porque Ana se lanzó al gentío a darse golpes.
De pronto el pana cantante dice separemonos, hagamos una línea grande en el medio. De pronto aparecieron puros tipos con máscaras de luchador mexicano a separar a la gente. La pista quedó dividida en dos. «The wall off dead» consiste en una olla super gigante, los de este lado contra los del otro lado para darse golpes, dar brincos y disfrutar al estilo rockero. Jorge me anima a meterme, pero nunca me ha gustado eso.
Se acerca la hora de mi banda y un amigo de Ana se una al grupo, pero me trajo una mala noticia: «El Gran Silencio no va a tocar». Balde de agua fría. Yo vengo por esa banda y no van a tocar…qué más.
Con mi Vinotinto
Al siguiente día el grupo fue distinto, esta vez con puros paisanos. Damarick, Mau, su esposo y otro pana. Los Amigos Invisibles tocarían esa noche, justo a la misma hora de Fito Páez. También estaría Juanes, Gustavo Santaolalla, Pedro Aznar y El Tri.
Cuando llegué quedé impresionado por la cantidad de gente que había. Yo creo que allí habían no menos de 300 mil personas, de verdad.
El Tri arrancó. La lluvia también. Alex Llora es un personaje: «pueden gritar los que tengan guevoosss», decía a cada rato. Un vacilón esta banda de viejos. Yo me llevé mi bandera de Venezuela. No sé por qué en estos eventos se le sale el nacionalismo a uno.
Por allá pegando un brinco la cámara la enfocó. Mi bandera con estrellas hizo gritar a unos cuántos. El tri nos deja una buena sensación de rock and roll.
Llega Gustavo Santaolalla, a quienes muchos ahí no conocían. El pana que estaba detrás sí sabía de él y corea casi todas las canciones.
Es una presentación serena, pero con potencia, una gran voz la de Gustavo, es melodiosa y fuerte a la vez. Tiene una bandota. Gustavo deja una gran ambiente.
Pedro Aznar se monta un poco nervioso, no sé. Creo que desafina varias veces. Estando ahí tapados de la lluvia decidimos movernos al otro escenario donde estarían Los Amigos Invisibles. Lo que pasó a continuación fue una odisea total: atravesar todo el parque, pisando, rosando, golpeando gente, como dije, más de 300 mil ahí amontonados. Un tipo me quiso sacar la bandera, me di cuenta a tiempo. Media hora después de pisotones, malas miradas por atravesarnos y empujones llegamos arriba.
Cuando nos acercamos a Bio ya tocaban los Amigos. Nos echamos media hora para llegar ahí, se podrán imaginar. Nos colocamos en un sitio relativamente cerca. Saco la bandera y empiezo a disfrutar de la música de estos panas, también parte del soundtrack de mi vida en la época universitaria y un poco más adelante. «Gracias por tolerarnos Colombia, por acobijar a tantos venezolanos por este ratico antes de que volvamos a ser el gran país se antes, los invitamos a todos», dijo Julio, el vocalista.
Una hora duró el show, me di cuenta que más de la mitad de la banda original ya no está. Combinaron sus éxitos con nuevas piezas y pedacitos de grandes clásicos de Nirvana, Aha o Michael Jackson.
De pana una inyección de buena música hecha en Venezuela, un poco de tu país y esos recuerdos del país que extrañamos. Terminó el concierto y pensamos que nos habíamos perdido a Fito Páez, pero nos dimos cuenta que en Plaza estaban muy retrasados.
Caminando a lo lejos escuchamos a Juanes. Nos acercamos más y pudimos ver desde muy lejos al artista paisa cantando sus canciones clásicas como «Fíjate bien» y cerrando con «Seek and destroy», de Metallica.
Llega la hora de Fito. Casualidades de la vida, la única vez que había visto al argentino fue en Maracaibo con Juanes precisamente antes que él. Arrancó el circo beat, un gran concierto de una hora y media con grandes músicos. Jamás pensé que haría eso, pero Fito, en medio de una presentación donde nombraba ciudades del mundo dijo: «Buenas noches Maracaibo»…de pana pegué un brinco junto a Damarick que no fue normal. Agitamos nuestra bandera…qué molleja de casualidad.
El show de Páez fue muy emotivo, fuerte, ruidoso, muy iluminado con 300 mil celulares encendidos agitados por nuestras manos. Un espectáculo inolvidable.
El cierre fue momorable: la Orquesta Filarmónica de Bogotá junto a varios artistas invitados. Arranca el gordito de Control Machete, aquella banda de hip hop mexicana famosa en los noventa. «Comprendes Mendes», hizo saltar a miles. Andrea Echeverri de Los Aterciopelados cantó «Maligno», mi canción favorita de ellos. La chica de la banda de metal colombiana Kraken hizo llorar a varios con «Vestido de Cristal». También Roby Draco Rosa con su aspecto hippie y lenta voz cantó. El vocalista de Café Tacuba con un sobretodo negro y trenzas por igual actuó. Pedro Aznar siguió un poco nervioso y Los Amigos Invisibles dijeron «Esas son puras mentiras» con la mitad de la banda en escena junto a 80 músicos.
El cansancio ya era extremo y nos tuvimos que ir, no vimos el cierre con Fito Páez y la orquesta, pero sí lo escuchamos.
Agotados pero muy animados abandonamos el parque antes de que se congestionara la ciudad con el río de gente. Hasta el próximo año Rock al Parque.