Las cosas serían distintas
La Jirafa de García Márquez
Por: Gabriel García Márquez. Periodista.
Premio Nóbel. Le gustan las flores amarillas
Si yo fuera usted, habría descubierto la secreta clave de la felicidad. Usted no lo ha logrado porque se lo impide la preocupación de ser quien es y no otra persona completamente distinta. Pero si usted me hiciera dueño de su responsabilidad, yo haría con ella todo lo que usted y yo, sin conocernos, hemos deseado hacer cada vez que nos sentimos predispuestos para el disparate y que precisamente lo que ninguno de los dos se atreve a hacer.
La solución es esa: si yo fuera usted, el problema estaría resuelto. Usted se levanta a las siete, se pone las pantuflas, va al baño, canta cuando siente necesidad de hacerlo y desayuna luego, pendiente del reloj, sometido a su impenitente cautiverio. Usted es una persona de responsabilidad. Desgraciadamente, a mí, su vecino y a casi todos los hombres que usted y yo conocemos, nos sucede lo mismo. Pero si yo fuera usted o si, dicho en otra forma, usted fuera una persona distinta, uno de sus compañeros de oficina, por ejemplo, dormiría hasta cuando le diera la gana, se bañaría cuando se lo exigiera el cuerpo y llegaría a la oficina una hora antes de que los demás empleados empiecen a abandonarla. Yo me preocupo por mí. Si yo fuera usted, su responsabilidad me importaría un pito.
Usted quisiera ser como Súbito, el extraordinario personaje de la historia francesa. Súbito no es él. No es Súbito. Es la fracción más arbitraria de todos sus lectores. Y por serlo, ha llegado a tan envidiables extremos de felicidad que invita a la playa a la dama inexistente con que soñó la noche anterior o no se preocupa de que le retiren la escalera porque ha convertido en un hecho practicable la posibilidad de agarrarse de la brocha. Yo no puedo hacerlo. Pero si yo fuera usted, lo haría. Aunque me rompiera la crisma desde luego.
Si yo fuera usted haría lo que usted muchas veces ha deseado hacer y no se atreve. Yo, es verdad, no me atrevo. Pero si yo fuera usted me atrevería. Saldría a la calle en vestido de baño, con paraguas abierto y, en algunas ocasiones, sin lo uno ni o otro. Saldría en los términos de lamentable desnudez en que me echaron al mundo, con un pañuelo protector en la cabeza y un sartal de latas vacías amarrado a la cintura, pelando un gallo vivo por el sector comercial, sin preocuparme de lo que se pudiera decir de mí -porque todo se diría de usted, ese es el secreto- ni de las medidas policivas que pudieran tomarse en mi persona, que, en ese caso, sería la suya.
Claro que usted es incapaz de semejante extravagancia. Yo también lo soy. Pero si yo fuera usted, el problema estaría resuelto.
Lo que nos convierte a ambos en individuos desdichados es precisamente el hecho de ser realmente quiénes somos y no otra persona completamente distinta. Probablemente usted también le guste. Pero estoy seguro de que el día que almuerce con una langosta cruda me haré digno de un cómodo y merecido ataúd. Si yo fuera usted, ¡qué hartazgo de langosta cruda el que me daría!
De un tiempo para acá tengo deseos de arreglarle las cuentas a alguien, pero no me atrevo porque sé cuáles serían las consecuencias. Usted está en una situación semejante y la imposibilidad de llegar ante ese ciudadano y decirle: «Usted es un tal por cual», y seguir dándole una lavada hasta cuando quede dignamente calificado de ojos de perro azul, le intranquiliza a usted hasta el extremo de que ha perdido la buena digestión. Ni usted ni yo podemos hacerlo. ¡Pero si yo fuera usted…! Lo malo es que cada uno no puede ser sino quien es. Por eso el mundo anda como anda.
Texto: Gabriel García Márquez
Publicado el 20 de noviembre de 1950
en el Diario El Heraldo de Barranquilla
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