Esta vez Eduardo soñó con uno de los trabajos menos deseados…pero bueno, todo oficio es digno, aunque la mamá diga lo contrario.
Por: Eduardo Mendoza
Mediados de las 70 épocas de mi infancia, de la rebeldía, donde el que no usaba pantalones de talla alta con faja no estaba a la moda, donde la salsa brava estaba en todas las fiestas. El que no era «adeco» era pro cubano y tenía en su casa todos los discos de la trova.
Era la época en que Carlos Andrés era el presidente más bueno del mundo. La televisión en blanco y negro era un lujo, había un aparato que se llamaba «picó» donde se ponían los discos de acetato y el que controlaba la música era el dueño y se escuchaba lo que quisiera.
Yo estaba apenas entrando en la primaria con la ventaja que mis tías eran casi todas eran maestras, obviamente yo ya sabía leer y escribir al entrar a la primaria. Cuando uno es chamo siempre quiere ser de algo institucional. Cuando grande las chamas quieren ser enfermeras, doctoras, maestras y los chamos policías doctores bomberos, peloteros y todo esas vainas que llevan uniformes.
Yo vengo de una familia donde todos trabajaban en ministerios e instituciones públicas, yo en realidad quería ser huérfano llevarme a un primo mío que era muy negrito y listo. Marco con su mono (no soy racista es un chiste de familia).
Pero escuché de un señor que era muy adinerado, un químico petrolero y esa era mi meta. En una conversación mi mamá me preguntó: «Eduardo, ¿qué quieres ser cuando crezcas?», yo le respondí con una seguridad infantil: «Químico petrolero, eso voy a ser cuando crezca».
Mi mamá sintió un “orgullo vaginal” inmenso. Era como si de su totona hubiese salido la llave que la cambiaría de estatus social, la puerta al cielo de las madres que viven de sus hijos, el espermatozoide que sí cuajó bien y la llevará a Brasil a ver a Nelson Ned.
Como si la placenta le hubiese anunciado que ahora tendría servicio y podía restregarle en la cara al resto de la familia que tendrán que pedir visa si quieren entrar en su casa de La Pastora. Mi mamá estaba tan orgullosa que siempre me preguntaba lo mismo delante de todo aquel que nos visitara: ¿Eduardo, qué vas a ser cuando crezcas? Y yo respondiendo: Químico petrolero.
La gente se nos quedaba mirando, y con voz casi humillante les decía: «¿y tu hijo qué te dice que será cuando mayor? Bueno…el mío será abogado como su padre – No es abogado, lo único legal que ese hombre ha tenido en sus manos es una demanda por manutención que tú le metiste».
Mi mamá no se aguantaba para lucirse y dejar en ridículo a quien osara pensar que ella no tenía al mejor hijo del mundo.
Un día pasó algo que cambió mi visión del mundo. Me tocó sacar la basura porque venía el camión y en esa época la gente no dejaba la basura en la calle, uno esperaba a que llegara el camión y sacaba su pipote y ellos lo recogían.
Ahí fue mi encuentro con el futuro, estaba yo parado con mi recipiente lleno de basura, cuando apareció ante mí el súper camión de aseo. Aquello era algo impresionante con luces y cepillos mecánicos a los lados que iban barriendo la calle mientras rodaba y una compactadora que sonaba espectacular. Los tipos del aseo urbanos con sus guantes se acercaron a pedirme el tobo con la basura y me llevaron al camión…qué cosa tan arrecha estaban viendo mis ojos.
Era como el «Optimus Prime» de las cachifas, el Robocop Bedel, el Mazinger Z conserje. El Ultramán con pala y escoba. Mis paradigmas cambiaron ya no quiero estudiar quiero recoger basura para el resto de mi vida.
Llegó el fin de semana y toda casa que se respetara en esa época tenía una reunión donde se acercaban los vecinos tomaban ron o cerveza, escuchaban salsa, y bueno, la mía no era la excepción. Mi mamá y mis tías no pelaban esas reuniones. Se enteraban de los chismes de toda la calle, eran las «chepas candelas» negras con alma de austriaca, porque mi madre y mis tías dicen que ellas nacieron negras por equivocación (como los transgenero, pero de pigmentación).
La casa se llenó de viejas para el intercambio de chismes, era el Facebook de boca a boca. En medio de la reunión, alguien se le ocurrió hablar de sus hijos y cómo le van en la escuela. Mi madre no peló esa oportunidad, me llamo así como quien no quiere la cosa y en medio de esa sala con el público expectante me hace la súper pregunta: «Eduardo, qué quieres ser cuando seas grande…? y tataaánnnn – «yo quiero trabajar en el aseo y recoger basura…»
Buuumm explotó esa bomba en esa sala. Mamá peló los ojos como si el diablo le estuviera haciendo sexo anal con el tridente, volteó la cabeza como la chama del exorcista y me dijo: «¿Queeeé?»
El público quedó enmudecido, el silencio se sintió hasta en Rusia, casi que me culpan de la separación de los Beatles. Mi mamá con el orgullo por el piso me lleva a la cocina y me dice: «¿cómo es eso que quieres ser del aseo urbano? Mamá yo quiero manejar un camión de esos y recoger la basura en las calles. Mira Eduardo, quizás te montes en un camión de esos, pero con tu ropa y tus cosas. Yo no te mandé a la escuela para eso, tú serás un tipo estudiado y tendrás tu puesto de trabajo donde ganarás mucho dinero».
Regresó mamá a la reunión con su cara en alto y siguió como si nada. Pasaron los días y yo seguía en mi sueño de manejar el Ferrari de los camiones de basura. Siempre me sentaba a ver cuando llegaban y ya casi era pana de todos los tipos que trabajaban en ese camión.
Mis tías que eran unas «troll» de la época, le decían a mami:
– Mira, tu hijo y que va a ser del aseo – No, Mi hijo va a ser feliz, no como tu hijo que ya empezó mal teniéndote a ti como madre.
El asunto es que yo nunca terminé el liceo y nunca manejé un camión de esos. Mi mamá aún siente sus latidos totonales por sus hijos, le encanta que hable de ella en estas redes y me dice que les cuente la vez que le dije que quería ser Miss Venezuela Pero ese es otro cuento…
Foto: AVN.