Milagros en en centro del caos
Les traemos cortesía de La Historia estos testimonios de esos valientes que tuvieron la oportunidad de aguantar y poder contar su historia de supervivencia en medio de este terremoto que enluta a toda América latina
Por: LaHistoria.ec
Huir en medio de un terremoto, con una niña de tres años y un bebé de once meses, es una lucha con la naturaleza misma, que muchas veces se pierde y en otras, pocas, se gana. Andrea Barcia Rodríguez puede decir que la ganó.
Andrea, abogada de 26 años, estaba con su esposo cuando pocos antes de las 19h00 del sábado, sintió que todo el mundo se le venía encima. Contra ella y contra su familia. Esa sensación, en la realidad, se tradujo en el colapso de su casa. Una emergencia de la que tenían que huir. De inmediato.
Así que Andrea, sobre la marcha, lideró el escape. Y sin querer, solo buscando tener una luz en medio de la oscuridad, encendió el video de su teléfono y lo grabó todo. Son dos minutos de auténtico terror, en una especie de esas películas con cámara al hombro, de insufrible movimiento, que intentan dar realismo a lo que no es tal. Andrea lo hizo. Y lo compartió.
Esto vivimos en las calles Alajuela y Chile – Portoviejo – Ecuador, después de que paso el terremoto pudimos bajar de la casa en medio de escombros. Mis únicas palabras eran EN EL NOMBRE DE JESÚS, y es él quien nos tiene con vida ahora.
Con este mensaje, colgó el video en su Facebook. Y de inmediato, vinieron las felicitaciones. Primero, por su fe. Y después, por el coraje demostrado en tremendas circunstancias, que le permitió terminar en la calle, justo cuando otros portovejenses ya estaban en pánico.
Ahora, renacida, se encuentra con que este 20 de abril, se acabó su contrato de trabajo. Y recién cae en cuenta. “Todo se torna difícil, pero confiando siempre en Dios, vendrán cosas mejores”. Palabra de creyente.
Una abuela aplastada por su iglesia
Mariana Baque también es una mujer de fe. Por eso acude todos los sábados al templo a orar. Y el sábado 16 de abril, grabado a punta de dolor en la historia del Ecuador, no podía ser la excepción.
La jornada de oración terminó antes de las 7 de la noche. Y cuando salía junto a su esposo, tres hijos, un nieto y un yerno, solo sintió morir. Todo Canoa era ya el escenario de un apocalipsis. Y la iglesia evangélica, escenario de sus plegarias, se convirtió, en ese momento, en su condena.
La señora no puede hablar sin recordar que su familia estaba con ella. Y que debajo de las piedras, techos, alambres, sentía muy cerca a su nieto. Tan cerca que escuchaba su respiración. De los demás no tuvo ninguna señal. En su cuerpo, habían caído primero planchas de plywood que impidieron su muerte instantánea. Pero vinieron los momentos más angustiosos: saber que el nieto que tocaba siga respirando.
A la madrugada del domingo, los moradores de Canoa gritaron donde antes quedaba la iglesia. Y Mariana fue la única que respondió. Ya para entonces, nadie más que ella respiraba.
Ahora sus otras hijas agradecen por tenerla con vida, cuando pensaron que su partida ya era algo irremediable. Una voluntad divina. Pero Mariana no encuentra palabras de consuelo. No le basta estar viva. Le faltan los suyos.
El que ya tenía su ataúd
18 de abril, 48 horas después del terremoto. Los rescatistas logran ubicar y sacar a un hombre que apenas es subido a la camilla, levanta los brazos, hace signos de victoria, cierra los puños y ríe de muy buena gana. Parece que quisiera saltar de la camilla para abrazar a todos los que aplauden la escena más alegre que se puede encontrar en una zona de desastre. Pablo Córdova, de 51 años, es el protagonista. Su momento de mayor fama, que comenzó apenas terminó el peor drama que cualquiera pueda imaginar. Quedar enterrado vivo por un hotel de cinco pisos, no dejaría mayores esperanzas al común de los mortales. Pero Pablo siempre tuvo la confianza que ese lugar no era el suyo para morir.
Así que ahora recibe a periodistas ecuatorianos, extranjeros, y a todos, de muy buena gana, cuenta su historia. Él era el recepcionista del hotel El Gato, en Portoviejo, y la furia de la tierra lo cogió en su lugar de trabajo. Atrapado entre los escombros, tuvo una gran ventaja, que finalmente le salvó la vida: cargaba su celular.
Afuera, su esposa ya no tenía mayores esperanzas. Por eso fue el lunes ante el dueño del hotel para que, por lo menos, le compre el ataúd a su empleado, a quien no había afiliado al IESS. Este trámite fue rápido y la caja mortuoria fue llevada a la casa de Pablo de inmediato. Solo faltaba que rescaten su cuerpo.
No contaban con que Pablo seguía luchando. Dosificando sus propios líquidos, la orina, con la que se remojaba los labios para no deshidratarse y continuar una espera que no tenía idea de cuánto podía durar. Como tampoco tenía idea la resistencia de su propio cuerpo.
El teléfono no se le descargó porque sacaba la batería a cada instante. Y el lunes, dos días después, pudo hacer la llamada milagrosa. Él cree que, por fortuna, tenía saldo. Tal vez no sabe que una operadora telefónica decidió, en gesto solidario, donar minutos a sus clientes. El hecho es que pudo comunicarse con su esposa y suspender el velorio. Una vez ubicado por los rescatistas, su salida fue inminente. Sano y salvo. Listo a contar su historia de sobrevivencia, que ha cautivado en medio de tanta desgracia.
«Ñaño,Ñaño, aquí abajo hay cuatro más»
Kathy Rezabala Suárez fue uno de los tantos rostros que aparecieron en las redes sociales bajo la etiqueta #DesaparecidosEC, una de las mejores formas de utilizar estos nuevos instrumentos, cuando de ayudar se trata. En las fotos se veía una chica radiante, alegre, descomplicada, con toda la vida por delante. Muy lógico a sus 18 años.
Kathy estuvo el sábado al entrar la noche en uno de los hoteles desplomados en el sector de Tarqui, en Manta. Y aunque parezca increíble, allí permaneció hasta el martes en la madrugada, con todas las consecuencias de un terremoto encima. Fue cerca de las 3 de la mañana del 19 de abril que pudo ser rescatada por los bomberos que, a esas alturas y sin decirlo en voz alta, ya comenzaban a extinguir sus velas de esperanza para encontrar más sobrevivientes.
Y Kathy, la primera rescatada de esa madrugada, vino con buenas noticias. Apenas fue sacada del hueco en que se encontraba durante más de 60 horas, comenzó con desesperación a decir: “ñaño, ñaño, allí abajo hay cuatro más. Están vivos”. Fue lo primero que se lo ocurrió hablar tan solo sentir que había comenzado una nueva vida. Una solidaridad que no se piensa, solo se siente. Ahora ella ya estaba bien, pero su apuro era para que los demás corran la misma suerte.
Rescate providencial
“Al sentir el impacto del temblor, la hermana Estela salió corriendo hacia la capilla para rescatar al Santísimo Sacramento. Cuando ya tenía al Señor entre sus manos, todo se desplomó a su alrededor”. La escena ocurrió a las 18:58 del sábado último, instante en el que el terremoto de 7.8 grados sacudió al país, en sitio Playa Prieta, parroquia Río Chico, cantón Portoviejo. Exactamente en colegio Sagrada Familia que regentan las siervas del Hogar de la Madre y donde se educan más de 400 niños. O se educaban, porque todo quedó reducido a escombros.
La hermana Estela, de 40 años y superiora de la comunidad, se encontraba junto a tres religiosas y siete jóvenes postulantes en el segundo piso de uno de los bloques del colegio, que funcionaba como residencia. Y cuando comenzó a temblar la tierra, recorrió con rapidez los pocos metros que la separaban de la capilla, abrió el sagrario y extrajo el copón con la eucarística. “Mientras sus manos aferraban con fuerza el vaso sagrado fue arrastrada en medio de los escombros que caían golpeándola por todas partes hasta aterrizar violentamente en la planta baja”, relata el sitio web de las religiosas. “Ella había pensado en rescatar al Señor antes que su propia vida, y el Señor la rescató a ella, de esto estamos seguras”.
Los vecinos del lugar se apresuraron a auxiliarlas. Cada segundo contaba. Valiéndose de unas cuantas herramientas rudimentarias comenzaron a levantar los escombros alentados por los llamados de las sobrevivientes. Mientras tanto, religiosos de la congregación en España, Italia y Estados Unidos, que ya había sido alertados de que el colegio se desplomó sobre sus hermanas, rezaban el rosario ininterrumpidamente pidiendo un milagro. Y al final, recibieron cinco.
Las hermanas Estela, Thérese y Merly, y las postulantes a religiosas Gualupe y Mercedes, fueron sacadas de los escombros. Estela con las piernas rotas, Merly con una contusión en la cabeza provocada por una pared que se le desplomó encima, y Thérese, que es irlandesa, con el tobillo fracturado. Las más jóvenes, con heridas leves. Fue un rescate difícil en medio de la penumbra, “pero ellas se animaban entre sí rezando y cantando al Señor, sobre todo cuando se sentían sofocar por la falta de oxígeno”, relata el portal web de las siervas del Hogar de la Madre.
Tras el rescate, llegaban a Playa Prieta religiosas de la comunidad y laicos procedentes de Guayaquil, que no dudaron en recorrer en medio de la noche y con las constantes réplicas del seísmo, las tres horas de camino que los separaban. Improvisaron una ambulancia introduciendo colchones dentro de la furgoneta en la que se movilizaban y trasladaron a las heridas en busca de un hospital a Portoviejo. Pero la capital manabita se parecía más al Apocalipsis que a un lugar donde podían conseguir ayuda. Entonces emprendieron el retorno a Guayaquil, a donde llegaron a las 2:00. Allí se enteraron que la hermana Clare, irlandesa, y las postulantes Jazmina, Mayra, María Augusta, Valeria y Catalina, no lo lograron. Rescatar sus cuerpos, llevó todo el día.
Ahora los esfuerzos de las sobrevivientes están puestos en reconstruir el colegio para no dejar desamparados a tantos alumnos, y en eso tienen una ventaja. Cuentan el apoyo de su congregación que ya inició una campaña internacional para recaudar fondos, y con su testimonio de vida, que las convierte en milagros vivientes.
Texto original de http://www.lahistoria.ec
Publicado el 21-04-2016