El papa Francisco salvó muchas vidas en la dictadura
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Por: Associated Press
Militante de izquierda, Gonzalo Mosca sabía que sus días estaban contados. Con apenas 27 años, se había refugiado en Argentina escapando de los militares de su natal Uruguay. No se imaginó que un plan represivo coordinado por los regímenes del Cono Sur en los 70 lo convertiría en blanco de una cacería también en Buenos Aires.
«Sentía que todo el tiempo me estaban pisando los talones. Pensaba que me mataban en cualquier momento», recuerda Mosca.
Luego de escapar de milagro a una requisa militar al departamento en el que estaba escondido en Buenos Aires, Mosca pidió ayuda a su hermano, un sacerdote jesuita que lo contactó con su superior Jorge Mario Bergoglio, quien lo fue a buscar y lo puso a salvo. Hoy se le entrecorta la voz al recordar los 30 kilómetros que recorrió en un automóvil conducido por el futuro papa hasta el Colegio Máximo de los Jesuitas en el suburbio de San Miguel.
«Me dio indicaciones: ‘Si nos paran, decí que vas a un retiro espiritual’, ‘Tratá de ir oculto’. A él se lo notaba muy tranquilo. Me hacía dudar si sabía del lío en que se estaba metiendo. Si nos agarraban, marchábamos los dos (los mataban a ambos)», aseveró Mosca en diálogo con The Associated Press desde Montevideo. Luego de esconderse varios días en el Colegio Máximo, Mosca escapó a Brasil.
Jura que debe su vida al hoy papa Francisco.
En el primer año de su papado Francisco no solo revitalizó la Iglesia Católica con su prédica a favor de los pobres y de la misericordia, sino que despejó algunas de las dudas acerca de su papel durante la dictadura militar de 1976 a 1983.
Cuando fue elegido papa circularon denuncias de que Bergoglio hizo la vista gorda ante las atrocidades que se estaban cometiendo y que había entregado a las fuerzas de seguridad a dos jesuitas que militaban en barrios carenciados y que fueron secuestrados en mayo de 1976, Francisco Jalics y Orlando Yorio. Jalics, el único de los dos que sigue vivo, no obstante, no le reprocha nada al pontífice y paralelamente surgieron revelaciones de que Bergoglio ayudó a mucha gente a la que dio refugio en el Colegio Máximo de los jesuitas, evitando que sus nombres figurasen entre los 30.000 desaparecidos que hubo durante la dictadura, según organismos de derechos humanos.
El periodista argentino Marcelo Larraquy, quien escribió «Recen por él», estima que el pontífice salvó a «dos o tres decenas» de personas, mientras que Nello Scavo, escritor italiano autor del libro «La lista de Bergoglio», habla de un centenar.
«He encontrado documentos y testimonios que excluyen cualquier colusión con el régimen. Más bien evidencian netamente su ayuda a los perseguidos por la junta», expresó Scavo, de cuyo libro se va a hacer una película. «La lista de Bergoglio no está cerrada todavía».
El premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel opinó que «Bergoglio contribuyó ayudando a perseguidos y se empeñó en obtener que los sacerdotes de su orden secuestrados fueran puestos en libertad. Sin embargo, no participó de la lucha por la defensa de los derechos humanos contra la dictadura».
El respaldo espiritual que la jerarquía de la Iglesia Católica ofreció a represores ha puesto un manto de sospecha sobre el accionar de los sacerdotes, incluido Bergoglio.
«La complicidad de la Iglesia fue fundamental para que la dictadura se consolidara. Los represores planteaban que venían a restablecer los valores ‘occidentales y cristianos’, que la Iglesia institucionalmente los apoyara fue determinante», afirmó la abogada Myriam Bregman, querellante en juicios por crímenes de lesa humanidad.
Bergoglio «no llegaba a la complicidad (con los militares), pero trataba de soportar el horror en silencio», dijo Larraquy. Al mismo tiempo, «utilizó el Colegio Máximo como refugio para proteger sacerdotes y seminaristas que estaban en riesgo. Los encerró en el predio, les dio asistencia y comida y armó una red logística para facilitarles la salida del país. Pero para que él los refugiara, tenían que abandonar toda militancia política-pastoral».
Cuando Bergoglio asumió como provincial en 1973, nuevas corrientes de pensamiento influenciadas por el Concilio Vaticano II de 1965 –que fijó los lineamientos para una renovación de la Iglesia– se abrían camino en Latinoamérica, como la Teología de la Liberación. El eje se había puesto en la profunda desigualdad social que había causado el sistema capitalista en el continente y en ayudar a los pobres a liberarse de la opresión.
En Argentina nació el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, quienes orientaron su acción pastoral en barrios marginales. Los militares los acusaban de «comunistas» y asesinaron a medio centenar de miembros de distintas órdenes religiosas y del clero diocesano, según Larraquy.
Sentado en uno de los jardines del Colegio Máximo, el sacerdote Juan Carlos Scannone, quien fue perseguido por brindar apoyo espiritual a pobres de una villa miseria y también dice que le debe su vida a Bergoglio, recuerda el temor que sentía cuando caminaba las 12 cuadras desde el barrio obrero La Manuelita, al que acudía a diario para «aprender de la sabiduría popular», hasta el predio jesuita.
«Bergoglio me dijo que no viniera solo nunca, que me hiciera acompañar porque si desaparecía que hubiera testigos», contó quien también es el ideólogo de la Teología del Pueblo, una corriente no marxista de la Teología de la Liberación. Sus reflexiones eran publicadas en revistas especializadas, a las que los militares prestaban especial atención.
Le consta que Bergoglio lo defendió en aquella época cada vez que los obispos cuestionaban sus reflexiones.
En medio de la brutal represión, tres seminaristas que trabajaban en la diócesis del obispo tercermundista Enrique Angelelli, asesinado en 1976, se escondieron en el Colegio Máximo, según Scavo, el autor de «La lista de Bergoglio», que pronto será película.
«Era una época difícil porque siempre andaban dando vueltas militares en el fondo del predio. Bergoglio tenía una estrategia de generar confianza con ellos y que no pensaran que tenía gente escondida. Yo lo vi salvar vidas», relató Miguel La Civita, uno de ellos.
Según Larraquy, el líder de los jesuitas respaldaba la labor solidaria de sus hombres con los más pobres, pero no estaba de acuerdo con su compromiso político y que tuvieran contacto con miembros de la guerrilla. «Bergoglio los obliga a que dimitan de la orden, pero no les da ningún lugar de incardinación en el clero y quedan un poco en el aire. En esa época era estar en un mal lugar».
Los jesuitas estuvieron detenidos en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), principal centro de torturas y detención ilegal durante el régimen. Fueron liberados en octubre de 1976.
Bergoglio declaró como testigo ante la justicia en 2010 que se había reunido con los dictadores Jorge Rafael Videla y Emilio Massera para pedir por los religiosos.
«Estoy reconciliado con los eventos y considero el asunto cerrado», expresó Jalics en un comunicado desde su residencia en un monasterio de Alemania luego de que Bergoglio fuera elegido papa. Yorio falleció en 2000. Su hermana declaró que murió creyendo que Bergoglio lo había traicionado.
Según Scannone, amigo personal de Yorio, «Bergoglio hizo todo lo posible para liberarlos».
Líderes de organismos de derechos humanos coinciden que Francisco ayudaría a despejar cualquier duda si difundiera los archivos de la Iglesia sobre la dictadura.
«Se lo pedimos y seguimos esperando. La Iglesia fue parte de la dictadura, fue cómplice directa, y hoy sigue sin aportar todo lo que tiene archivado», lamentó la abogada Bregman.
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Texto: Associated Press
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