El desespero nos lleva a cometer errores
La muerte de Kevin Lugo, un adolescente de 16 años, conmocionó a Maturín cuando se conoció que la causa del deceso habría sido el envenenamiento por consumir un casabe preparado en casa
Por: Jesymar Añez. Periodista. Maracucha.
Le gusta el helado
Kevin Asdrúbal Lara Lugo nació y murió un 26 de julio. Él y su familia no pudieron celebrar su cumpleaños número 16 porque el hambre que tenía desde hacía dos días, lo obligó a preparar una torta de casabe en el patio de su casa que lo envenenó.
El joven no había hecho planes para festejar un año más de vida, pero Dios y sus amigos sí.
Sus compañeros de estudios sabían sobre la difícil situación económica por la cual estaba pasando y por eso decidieron prepararle una sorpresa para animarlo. A pesar de los costos, los muchachos lograron reunir el dinero y le compraron una torta que no pudo disfrutar.
El miércoles 27 de julio, con el dolor latente , los amigos quisieron rendirle un homenaje a quien con su jocosidad siempre alegraba al grupo, y fue así como decidieron picarle la torta sobre aquella urna marrón. Su mamá acompañó el gesto y con un canto lleno de sollozos, entonó las mañanitas como lo hacía cada 26 de julio desde que Kevin cumplió su primer año.
Antes de morir, el joven convulsionó en una sala de emergencias repleta de enfermos. Tenía una solución colocada en el brazo izquierdo para hidratarlo y al lado estaba su mamá, Yamileth Lugo, quien antes de vivir esa trágica escena, padeció por la falta de transporte para movilizarse, el ya denunciado déficit de insumos en el hospital y la especulación de precios: en el centro asistencial quisieron venderle una solución en 3.500 bolívares cuando su precio real no supera los 300.
¿Quién era Kevin?
Kevin tenía una estatura de más de 1,60 metros, la piel morena, el cabello castaño y los ojos negros, achinados. Su contextura era delgada y no llegaba a pesar 70 kilos. Su rostro era ovalado con algunas señales de acné.
Su familia asegura que nunca fue gordo, pero sus maestros mencionaron que desde mayo de 2016 comenzaron a notarlo más delgado y con un color amarillo en la piel que dejaba entrever los problemas de alimentación que había en su hogar.
El adolescente era el segundo de tres hermanos del mismo padre. Su madre le dio, hace más de 20 días, un hermanito que tuvo con su actual esposo. Vivía en una casa en la calle 5 del sector Las Colinas de San Vicente, a 25 minutos del centro de Maturín en carro y a 10 minutos de la carretera nacional que une el estado Monagas con Anzoátegui.
En la comunidad falla la distribución de productos a través del Comité Local de Abastecimiento y Producción (Clap), de hecho hace una semana protestaron porque en tres meses solo habían recibido una bolsa por casa. Como no hay comida en los comercios asiáticos de la zona, los habitantes caminan 30 minutos hasta la represa de San Vicente para pescar y arrancar ñame silvestre para salcocharlo.
“Mi sobrino muchas veces salió con los vecinos a la represa a ver qué conseguía. Una vez mataron a una culebra para comérsela”, contó a El Pitazo su tío, Jovanni Lugo.
En el sector donde vivía el jovencito, la calle principal está recién asfaltada, pero no cuenta con el servicio de agua potable desde hace dos años. En 2014 hicieron las conexiones de tuberías, pero el servicio solo llegó hasta los hogares durante dos meses y, ahora, la gente paga a los camioneros 1.500 bolívares por cada tambor grande de agua y otros 150 bolívares por uno pequeño.
En la zona está el liceo San Vicente Ferrer, donde estudió desde primer año de bachillerato. Sus calificaciones siempre fueron buenas, según recordó su profesor guía, Héctor Meneses. 17 puntos fue la nota más baja durante los dos primeros lapsos académicos 2015-2016 y eso le permitió que los profesores lo exoneraran de evaluaciones durante el tercer lapso, cuando comenzó a faltar. En principio, sus ausencias eran de dos veces por semana, pero luego aumentaron a cinco días.
“Él era muy responsable y correcto, por eso un día llegó y me explicó que no podía seguir asistiendo a clases porque debido a la difícil condición económica que había en su casa tenía que salir a trabajar para poder comprar la comida”, relató Meneses.
Trabajo duro
A sus 15 años, Kevin Asdrúbal conocía muy bien lo que significaba sudar para ganar dinero.
Sus profesores tienen registro de que también fue en mayo cuando comenzó a trabajar, pero en su hogar saben que fue desde antes. Su tío recordó que a principios de 2016, el jovencito consiguió un “trabajito” los fines de semana en una empresa de plásticos que está cerca de San Vicente, en la Zona Industrial de la ciudad. Aunque no recuerda cuánto era lo que ganaba por ese empleo, Lugo mencionó que con el dinero podía comprar un poco de comida y cubrir algunos gastos del colegio.
Sus ingresos no eran suficientes como para cambiar los zapatos que usaba con goma espuma y cartón porque estaban rotos. No tenía otro par, así que los remendó para ir a clases, al trabajo o hacer una cola para comprar comida. Aún bajo las vicisitudes no perdió la alegría, la responsabilidad y el amor por su familia.
Esos sentimientos lo llevaron a sacrificarse más. Entre semana comenzó a limpiar patios de casa y a cortar monte en otras, su rectitud le impedía obtener dinero fácil así que también batía mezcla y servía como ayudante de albañilería cuando era necesario.
Cuando se dio cuenta de que ya no le era rentable trabajar dos días, decidió retirarse de clases. Fue entonces cuando llegó a la zona de transferencia de basura y al vertedero de Potrerito.
La zona de transferencia también queda en la zona oeste de Maturín. Desde San Vicente son 30 minutos caminando bajo sol, un recorrido bien conocido por Kevin. Se trata de un ambiente llano, con pocas áreas verdes, con mucha arena amarilla y naranja, donde los únicos sonidos que se escuchan son el de las moscas y los camiones que entran y salen repletos de basura.
-¿Cómo llegó a ese sitio? Por referencia. Resulta que su padrastro decidió escudriñar entre la basura cuando lo despidieron de una compañía en Maturín. Su jefe lo botó porque todos los días llegaba tarde, pero no por quedarse dormido, sino porque en San Vicente el transporte es deficiente y a veces las personas pasan hasta una hora en las paradas esperando por un carrito o autobús que los lleve a la ciudad.
Kevin solía buscar entre los desechos cualquier objeto que sirviera para la venta y cuando las cosas se ponían difíciles, se iba hasta Potrerito en cola o a pie, algo que le tomaba una hora adicional si caminaba. En el vertedero de basura sí hay vegetación, pero son pocos los árboles. Hay basura amontonada por todas partes y es muy raro observar camiones temprano en la mañana, porque la inseguridad ha obligado a los camioneros a cambiar el horario.
Entrar a Potrerito es como llegar a otro mundo, donde los zamuros negros y blancos te dan la bienvenida mientras hacen círculos alrededor de la basura, que se compacta para alargar el tiempo útil del vertedero. En ese sitio se deposita la basura de 10 municipios de Monagas: Maturín, Cedeño, Ezequiel Zamora, Aguasay, Santa Bárbara, Acosta, Caripe, Bolívar, Piar y Punceres.
En ese lugar, donde si abres mucho la boca se te meten las moscas, Kevin podía pasar horas esculcando entre las bolsas.
Kevin quería ir a Tumeremo, estado Bolívar. Apenas supo que fue promovido a quinto año de bachillerato quiso ganar más dinero para comprarse un uniforme nuevo y sus útiles escolares. “Él quería acompañarme a las minas, pero yo le dije que primero iba yo a ver cómo era la cosa por allá y después, en un próximo viaje, él vendría conmigo”, contó su tío, Jovanni.
Prometió seguir sacando buenas calificaciones y eso implicaba no descuidar los estudios. Su meta era ser un funcionario del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc). “Le brillaban los ojos cada vez que me acompañaba a llevar algún informe”, agregó el familiar que trabaja en una funeraria y acostumbra a ir hasta el Cicpc para apoyar a las personas con los trámites legales cuando se trata de una muerte por homicidio.
El día antes de morir
El 25 de julio, el hambre era insoportable. El liceísta se paró y decidió caminar hasta un terreno cerca de la zona de transferencia, donde hay un sembradío de yuca amarga. La idea era arrancar la raíz para preparar casabe en su casa.
La planicie donde están las plantas de yuca fue descubierta por los habitantes de San Vicente en uno de esos recorridos que hacían para buscar tubérculos. También está ubicada cerca del sector Amarilis, donde hay gente que suele preparar casabe, una actividad que no es tan común como sí lo es en Caripito y Quiriquire, municipios Bolívar y Punceres de Monagas.
La suerte no estaba del lado del muchacho, porque en el terreno lo atracaron. Los delincuentes le quitaron el teléfono que tenía y la yuca que había sacado; así que con la rabia a cuestas arrancó otras y se marchó a su hogar, donde se animó a preparar la torta de casabe.
Puso a salcochar la yuca rallada y cuando estuvo lista la exprimió, pero fue en este procedimiento donde falló, porque no le sacó bien el yare, que es un líquido amarillento con alto contenido en cianuro y acetona, que al entrar al organismo causan envenenamiento.
Serían las 8:00 de la noche cuando Kevin empezó a sentirse mal y le pidió a su mamá que lo llevara al hospital, pero como no tenían carro pasaron cuatro horas hasta que pudieron llegar a la emergencia, gracias a un vecino que los sacó de la zona.
En el centro asistencial fue atendido por un médico integral comunitario (MIC), quien según denunció el tío, no ordenó ningún tipo de examen y solo pidió que le colocaran en la vía una solución para hidratarlo. “Sin examinarlo, la doctora le dijo a mi hermana que Kevin no estaba intoxicado y le pidió que la llamaran solo si convulsionaba”.
Convulsionó. La madre corrió a buscar a la doctora, pero cuando llegaron Kevin daba sus últimos respiros. Murió a las 4:00 de la madrugada, cuatro horas después de haber llegado al hospital.
Las investigaciones
Oto Lara es el abuelo de Kevin y quiere llevar el caso al Ministerio Público por petición de su hijo, porque considera que su nieto no recibió las atenciones adecuadas en el Hospital Manuel Núñez Tovar.
Y es que al muchacho ni siquiera le ordenaron un lavado gástrico cuando la mamá le explicó todos los síntomas que presentaba que, entre otros, incluían vómitos frecuentes, recordó Lugo. “Ella le insistió a la MIC que Kevin había comido un casabe que había preparado en la casa”, insistió.
Lara es abogado y valiéndose de ello quiso obtener el informe médico de su atención en la sala de emergencias, pero no encontró nada. No quedó registro ni en trauma shock ni en el área de ingresos. Los únicos datos que hay, están en manos de la Policía del estado Monagas en un libro aparte, al que no tienen acceso.
El abuelo ve en la justicia una forma de retribuir todo lo que no hizo por él en vida, incluso apoyarlo económicamente.
Cuando se conoció el deceso, la Dirección Regional de Salud informó que se estaba investigando la muerte por consumo de yuca amarga, pero han pasado siete días y las autoridades no se han vuelto a pronunciar.
Publicado en El Pitazo el 02 de agosto de 2016