La hambruna del año 12 y las Ánimas de Guasare

La hambruna del año 12 y las Ánimas de Guasare

Un poco sobre esta historia perdida

Les presento a continuación un artículo publicado en el sitio de lectura “Notisismo”
Sismos, desastres socio naturales y vulnerabilidad, que reúne artículos de esta índole en toda Venezuela. El trabajo lo firma el Profesor de la Universidad de Los Andes Jaime Lafaille y fue publicado el 14 de enero de 2013, siendo citado en varios espacios web como Panfletonegro.com, sitio donde acostumbro escribir. Es largo el texto, pero súper interesante sobre esta catástrofe escondida en las raíces de la historia contemporánea de Venezuela…que lo disfruten.
 
Figura 1: (a) imagen satelital de la Península de Paraguaná, indicando algunos de los lugares mencionados en este notisismo. (b) Interior de la capilla de las Ánimas de Guasare.
 Hace ya muchos años, ocurrió en la Península de Paraguaná, que en lengua de los Aborígenes Caquetíos  significa “Huerta en Medio de las Olas” (figura 1a), una sequía en la que murieron cientos, o quizás miles de personas. Desde finales de 1911 hasta bien avanzado 1912 se desarrolló en esa región un desastre en cámara lenta que ha permanecido escondido de la historia y la memoria de los venezolanos por diversas razones, algunas de las cuales queremos discutir en este notisismo intentando acercarnos a lo ocurrido desde diferentes puntos de vista. Con relación a  lo que pasó en ese entonces existe tradición oral, algunos escritos aislados y testigos indirectos como hijos y nietos de los afectados por esta sequía, generalmente dispuestos a compartir aspectos de sus memorias familiares relacionadas con ese desastre. Así mismo, cultos como el de “Las Ánimas de Guasare” (figura 1b) y a otras ánimas (almas de personas que fallecieron mientras intentaban escapar de la hambruna), cuyos santuarios están localizados en diferentes lugares geográficos de Paraguaná, permiten al investigador interesado una primera aproximación al desastre de 1912 y su extensión.
Un aporte documental que sustenta la mención hecha en la placa del 2006, y que además es un llamado de atención sobre la dimensión real de La Hambruna del Año 12,  lo constituye el resultado de la revisión de 24 actas de defunción de un pueblo llamado Moruy (figura 1a), correspondientes a 1912, las cuales reflejan 25 muertes por hambre y 35 por otras causas (Blanco, 2010).  El inicio de aquella sequía se ubica un tiempo antes de 1912, probablemente en el año de 1905 (figura 2a) y es casi un consenso, en los relatos que se lograron compilar para este notisismo, que ocurrió en dos periodos: una primera sequía entre los años 1905 y 1906, seguida cinco años más tarde por un evento mayor los años de 1911 a 1912, alcanzando su mayor intensidad en 1912. De acuerdo a esos relatos, a medida que transcurría el segundo semestre del año de 1911, las lluvias se hacían más y más escasas, agotándose todas las fuentes de agua, los reservorios naturales, los aljibes e incluso el agua de las tinajas y jagüeyes: ya para 1912 Paraguaná era un territorio totalmente seco. La situación se tornó realmente desesperante porque casi no quedaba ninguna planta viva en la región, la mayoría de los animales había muerto de sed y una plaga de langostas (De Lima, 2001), posiblemente transportadas por fuertes corrientes de viento seco que asolaron la península ese año, terminó con la poca vegetación que aún sobrevivía: es así que 1912 es recordado como “el año de la hambruna”. Se trataron de establecer algunas ayudas desde Coro, la capital del estado Falcón, desde donde traían agua potable en barriles a lomo de bestias. Pero los recursos se fueron agotando y encareciendo, por diversas circunstancias, y las personas “pudientes” se vieron en la necesidad de alimentarse con enlatados, agua y otros productos que eran traficados en embarcaciones que venían desde la isla de Aruba: mientras tanto los más pobres bebían y comían lo que podían, hasta que la angustia, el miedo y la desesperación hizo presa de ellos empujándolos a intentar migrar hacia la ciudad de Coro y los poblados de la sierra de Falcón, así como también hacia los pueblos pesqueros de la misma península (por ej., Adícora y Los Taques), caminando por senderos agrestes, desérticos y desconocidos para ellos (figura 2b), recorriendo en muchos casos distancias superiores a los setenta kilómetros, incluyendo la travesía a lo largo del istmo de la península de Paraguaná y sus Médanos (figura 1a y 2b).
Los migrantes fueron tantos que un pequeño caserío que se llamaba “Paso del Medio” en la Sierra de San Luis (figura 1a), se convirtió en “Pueblo Nuevo de la Sierra” al recibir a varias familias desplazadas en ese entonces. Al igual que Pueblo Nuevo de la Sierra, diversos lugares de la Sierra de San Luis (ver figura 1a), pueblos como Churuguara, Santa Cruz de Bucaral y muchos más, albergan a algunos de los descendientes de estos emigrantes de la Península de Paraguaná, lugares en los que también se conservan relatos de lo ocurrido, trasmitidos de una generación a otra gracias a los “recuerdos” de sobrevivientes de esa terrible experiencia. Por ejemplo, cuenta el Sr. Domingo Rangel (Churuguara) que su bisabuela se vino a comienzos de 1912 con su familia desde Paraguaná, siguiendo un sendero llamado “Camino de Los Arrieros”, el cual conocían desde que eran niños y ella le contaba que “los campos cercanos parecían cementerios a cielo abierto”. Comentarios similares son recurrentes en varios relatos y en textos de diversos autores refiriéndose a diferentes lugares de Paraguaná, como por ejemplo (Blanco, 2010): “Según Monche Higuera el tramo del camino hasta Tacuato es un cementerio“.
 
Figura 2: (2a) una imagen de Felipe (cortesía de la Maestra Alba González), hijo de Ignacia Sánchez, uno de los migrantes que logró rehacer su vida en la sierra falconiana (Oswaldo González, referencia personal), “luego de una extenuante travesía tomado de la mano de su mamá en 1905”. (2b) un segmento de la antigua carretera Coro-Paraguaná, devorada por los “Médanos de Coro”, posible trampa mortal para aquellos migrantes que no conocían algún camino que los guiara lejos de esas arenas intransitables.
Testimonios
Entre los testimonios recibidos es de destacar el de la familia Gotopo, quienes realizaron una investigación en busca del origen de su apellido y encontraron que el primer elemento de su familia en Venezuela se reporta en un pequeño pueblo de Paraguaná conocido como Cerro Pelón, a comienzos del siglo XIX (Giovanni Gotopo, referencia personal vía e-mail). No se consigue ese apellido en ningún otro lugar de Venezuela antes del año 1912, cuando se vieron obligados a emigrar de la península huyendo de la sequía y el hambre. Los miembros de la generación de sus abuelos, compuesta por 14 hermanos, protagonizaron una odisea en la cual algunos fallecieron a causa de las condiciones a las que se vieron expuestos, pero otros alcanzaron a llegar, logrando establecerse en Coro, Cabimas, Maracaibo, Valencia y otras ciudades de Venezuela. Edgar José Lugo cuenta (referencia personal, e-mail): “soy bisnieto de Josefa Lugo, bien llamada Ma Chepa, contaba que para hacer un caldo lo ponían a hervir más de diez veces, hacían pira verde sancochada, ponían a sancochar vástagos de cambur y comían, no había más nada de comer, las cosechas ciertamente no habían porque mencionaba que la plaga no las dejaba crecer, si tenían agua para tomar y por eso se salvan.” Williams González escribe (e-mail): “en la Comunidad Cardón en donde inicialmente estaba el Restaurant Flamboyán hoy el CDI Dr. Raúl González Castro (primo hermano de mi padre Q.E.P.D) existe un gran cují que tiene entre otras características una gran rama que está acostada en el suelo y que en esa rama falleció producto de la hambruna un hombre que iba desde la zona de Carirubana a Punta Cardón, tal vez desesperado por la sequia, y que fue encontrado su cadáver por habitantes de los Hatos que existían en lo que es hoy la Comunidad Cardón.” Yelennys Colina escribe (e-mail) que en Paraguaná existen varios santuarios que son testimonio de la muerte de varias personas que en 1912  “decidieron quedarse y morir junto a sus rebaños, otros que emigraron a hasta la ciudad de Coro y lograron subir la sierra, muchos de los que quedaron muerto en las sabanas de Baraived, podemos conmemorar a las animas de Cuicas: que fue una madre que murió con su hijo en brazos y con el correr del tiempo los pobladores les tomaron fe, en la actualidad tiene un pequeño santuario (Ánimas de ña Santa y Ánimas de Camacho), esto lo logramos ver en la sabana del pastoreo de Baraived”.
Diversos relatos, tanto presenciales como vía e-mail, evidencian que varios grupos de migrantes intentaron organizarse en caravanas con la esperanza de aumentar sus posibilidades de llegar a buen destino. La Sra. Luisa Martínez cuenta (referencia personal) que en el grupo en que emprendieron la travesía sus abuelos y bisabuelos viajaban dos familias completas junto con amigos cercanos y un burro cargado con la comida y el agua que lograron reunir. Salieron desde un lugar un poco al norte de Jadacaquiva (zona central de Paraguaná, ver figura 1a) y pensaban llegar en dos días o menos a la entrada del istmo (Tacuato), lugar donde planeaban abastecerse de agua y comida: tres días después habían dejado en el camino la mitad de los integrantes de su caravana a quienes no volvieron a ver ni saber de ellos, el burro había muerto y se les habían terminado el agua y los alimentos. Al llegar a la parte del camino que corre a lo largo del istmo de Paraguaná ya no tenían noción del tiempo trascurrido y no había manera de reponer sus pertrechos porque los jagüeyes estaban secos, no tenían fuerzas ni para cazar lagartijas y la poca comida que se conseguía no se podía comprar y nadie la compartía. Apenas una tercera parte de las personas de la caravana original se mantuvo unida hasta llegar a un lugar cerca de Coro, donde unos oficiales les dieron algo de agua y los detuvieron hasta el día siguiente porque la ciudad estaba “cerrada”.
Toda la información recabada resultó muy coherente, dejando en evidencia que se refería a un mismo suceso (con algunos matices de fechas, intensidad, lugares, etc.). Llama la atención que muy pocos relatos hacen mención al tema de “las ánimas”, concentrándose la mayoría de ellos en las diferentes experiencias familiares o personales. Algunos de ellos mencionan migrantes en 1905 y 1906, sin alusiones a personas fallecidas, mientras que un segundo grupo de relatos abarca desde mediados de 1911 hasta 1912, con menciones recurrentes de personas muy pobres que quedaron en los caminos y nunca más supieron de ellos, o que estaban tan débiles que se quedaron a morir al lado de sus pequeños rebaños, con referencias constantes a lugares donde “se veían los muertos orillados entre los matorrales a un lado del camino”. 
 
Figura 3: (3a) Libro de Actas de Defunciones 1912 (Cortesía Archivo Histórico de Falcón). Mujer anciana retratada en el sector La Cienaguita en Marzo de 1913 (3b, Padilla, 1912).
Los más pobres
Es importante destacar una diferencia bien marcada entre los relatos recabados en la región de la Sierra de San Luis y los recibidos de actuales habitantes de Paraguaná: estos últimos mencionan, casi en general, que la sequía no afectó a toda la población, que no todos intentaron migrar, que muchas familias permanecieron en sus casas y fincas, que hay mucha exageración respecto a las migraciones e insisten en señalar que solo los más pobres (mencionados en algunos casos como “pobres de solemnidad”) fueron víctimas de la hambruna de 1912. Según los relatos, estos “más pobres”, eran campesinos, indios o mestizos o descendientes de ellos, que vivían de conucos, pequeños rebaños de cabras, que habitaban las zonas más áridas de la península, dependiendo de pequeños jagueyes o aljibes, para conservar la poca agua que lograban recolectar, porque habían sido desplazados hacia la región central, lejos de casi todas las fuentes de agua provenientes del escurrimiento de cerros como el Santa Ana, ya que en Paraguaná no existen ríos ni manantiales permanentes.
El desastre asociado con la sequía y la  hambruna de 1912 hapermanecido casi oculto de la memoria histórica de los venezolanos por diversas razones. Una de ellas tiene que ver con el hecho de que se trató de un evento con efectos intensos de carácter muy local, potenciado por las condiciones de fragilidad climática natural de Paraguaná. Este aspecto se puede corroborar revisando el artículo “Los Veranos Ruinosos de Venezuela” (1947), en el que Eduardo Rohl analiza todos los eventos asociados con sequías de carácter nacional ocurridos entre el siglo XVII y mediados del siglo XX, y no menciona sequías en 1905-1906, ni al evento de 1912. Según la Oficina Meteorológica del Gobierno de Australia (http://www.bom.gov.au/ ), el Evento Niño de 1905  se inició en el mes de Noviembre de 1904 y finalizó en Abril de 1906; mientras que el Evento Niño de 1911 comenzó en Mayo de 1911 y terminó en Noviembre de 1912, Una de las características de estos eventos es la de producir sequías en gran parte de la geografía de Venezuela (Molina, 1999), pero no se reportaron situaciones extremas en otros lugares del país en ese entonces.
Pero por muy local que haya sido este desastre, los relatos y datos disponibles indican que se trató de una verdadera tragedia que debió trascender a las páginas de los textos de historia y a la memoria de los venezolanos. Conocer la magnitud del desastre asociado con el Año de la Hambruna no es sencillo y es imposible deducirlo de los relatos de los descendientes de los sobrevivientes.
Padilla (2011, 2012) revisó 2716 actas de defunción, correspondientes al año 1912 (figura 3a), de la Ciudad de Coro y del Municipio Falcón (Paraguaná), encontrando 1829 defunciones vinculadas con la sequía y hambruna de 1912 (esas actas reportan “hambre, sed, inanición, diarrea, disentería, etc.” como causa de muerte).
Evidentemente esta cifra de muertes no se corresponde con el total de personas que fallecieron en este desastre (Padilla, 2012), lo cual es fácil de comprender si se consideran algunas de las afirmaciones de los relatos aquí considerados (por ejemplo, “se veían los muertos orillados entre los matorrales a un lado del camino”), que implican que muchos fallecidos en 1912 no están registrados en actas de defunción ni en ninguna parte. Tomando en cuenta que la población de Paraguaná era de 13.912 habitantes en el censo de 1873, que aumentó a 15.049 para el censo de 1881 y que su poblamiento no sufrió cambios hasta el siglo XX (De Lima, 2007: un primer cambio en 1912 a causa de la sequía y hambruna de ese año y a partir de 1920 con la construcción de puertos vinculados a la industria petrolera), se puede estimar una población de unos 19.300 habitantes hacia finales de 1911. En pocas palabras, en 1912 murió de sed, hambre o inanición por lo menos el diez por ciento de la población de Paraguaná; pero siendo conservadores esta cifra podría ser muy superior. ¿Cómo explicar entonces el silencio?, ¿cómo aceptar que esta tragedia en cámara lenta se consumara ante la mirada impasible del resto del país, de sus autoridades y de una sociedad cercana que optó por voltear la mirada y atender otros intereses (por ejemplo, mientras que para las juntas de socorro de Paraguaná se asignó un presupuesto de 1200 Bs. en cuotas de 100 Bs. semanales (Padilla, 2012), para tratar de salvar el ferrocarril La Vela- Coro se invertían decenas y miles de dólares a pesar de que estaba ya en ruinas para esas fechas (De Lima, 2004)).
LA RAZÓN DEL SILENCIO
Cuando los españoles llegaron a Paraguaná, en el año 1535, se encontraron con que la Península de Paraguaná ya estaba poblada, probablemente desde cientos de años antes, (de Lima y Lopez, 2005) por Aborígenes Caquetios, pacíficos y amigables, propensos a convivir y compartir con los recién llegados. Los Caquetíos habían desarrollado la pesca, fabricación de canoas y diferentes enseres y herramientas, alfarería, el comercio, los sistemas de riego, la caza y la agricultura a un nivel que asombró a “los conquistadores europeos” (españoles). En particular, como en Paraguaná no existen fuentes de agua corriente, los Caquetíos habían construido represas para almacenar el agua que escurría de las pocas montañas de la península (en particular del Cerro Santa Ana), la cual luego distribuían hacia sus sembradíos, aljibes y otros medios de almacenamiento de agua a través de acequias similares a los usadas en las regiones andinas de Venezuela. Ante esta maravilla, “los conquistadores españoles” actuaron como usualmente lo han hecho en otros lugares donde han llegado: iniciaron un violento proceso de mestizaje, asesinaron a todos los que opusieron la menor resistencia, esclavizaron a los que podían serles útiles, se apropiaron de las mujeres, y aquellos que sobrevivieron, los segregaron a vivir en las tierras más pobres, áridas y secas de la península de Paraguaná. Las tierras originarias de los Aborígenes Caquetíos, ahora declaradas como tierras baldías, fueron adquiridas por los españoles comprándolas a la corona (De Lima y Lopez, 2005) quienes se convirtieron en terratenientes, mientras que sus dueños originarios se vieron desplazados y obligados a subsistir en condiciones de miseria y esclavitud. Toda la información estudiada (relatos recabados, los datos de las actas de defunción, la información histórica, etc.) conducen a pensar en una forma de desastre fabricado por un grupo de personas bien armadas que somete a otro, reduciéndolo a condiciones de vida en las cuales su supervivencia se encuentra seriamente comprometida, exponiéndolos a morir ante cualquier cambio extremo (figura 3b). Ahora es fácil comprender la pasividad complaciente de una sociedad que eligió mirar hacia otro lado, y de unas instituciones gubernamentales que ignoraron intencionalmente lo que estaba ocurriendo: el desastre conocido como El Año de la Hambruna, o como La Hambruna de 1912, es quizás la culminación de un genocidio que comenzó en 1535 y eso, por sí solo, explica el silencio.
 
Texto: Jaime Laffaille, Notisismo
Fotos: Cortesía
 

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