Lina sigue sin entender, pero ahora las cosas se le van aclarando, mucho más de lo que podría creer con una persona totalmente desconocida, o al menos eso cree. Disfruta del penúltimo capítulo de nuestro cuento “La clavellina”.
Por: Rafael David Sulbarán. Periodista. Pichón de escritor
Eran las tres de la mañana cuando nació. Tal vez por eso toda su vida le gustó dormir hasta tarde o levantarse temprano. Lina fue una niña muy saludable, nunca dio problemas durante su estancia en las entrañas de Catalina, salvo los primeros días del embarazo, pero no fue su culpa, no fue su cuerpo, no fue su salud: fue su presencia.
Gilberto no hallaba qué hacer para enfrentar a su padre para contarle que estaba esperando a un hijo. De la noche a la mañana pasó a ser un soltero con una prometedora carrera, a ser un soltero con una prometedora carrera pero con un bebé esperando y una linda familia que empezaba a formar. La relación con Julio siempre fue buena, pero le daba miedo enfrentarlo con esta noticia. Igual le pasaba a Catalina. La relación con Miguel era bastante buena, pero temía la reacción que podría tener.
Nadie lo supo por un buen tiempo, ni sus hermanas, ni Alicia, ni Mathías, nadie. En las tardes era que Lina le hacía sentir náuseas a su madre. Era como un relojito, a las 3:00 de la tarde siempre le venía un mareo grande y más atrás el vómito. Una vez le tocó en el taller en la casa mientras terminaba una chaqueta para una vecina. Alicia se dio cuenta de su mareo, pero bueno, total, Catalina siempre tuvo esos mareos así repentinos. Cuando Catalina empezó a sospechar que estaba embarazada, Alicia también se había dado cuenta.
-¿Qué le pasará a mi Cata? La he estado viendo rara últimamente. -Se preguntaba.
Una vez decidió, después de la cena, contarle a Miguel. Ella no procuraba molestar a su hijo, nunca, mucho menos después de una larga jornada en la hacienda, pero necesitaba hablarlo.
-Hijo, te quiero conversar sobre algo, –dijo una vez estuvieron solos en la cocina.
-Dime mamá, ¿qué pasó?
-Últimamente he estado viendo a Catalina como enferma, se marea a cada rato. Pero además de eso, la veo más callada que de costumbre y casi no está saliendo.
-De verdad que yo también he notado eso, casi no está yendo a la hacienda. Antes que iba todos los fines de semana con Gilberto, ahora casi no se asoma. ¿Será que le pasa algo? ¿Terminó con el muchacho?
–No, ellos están bien, de hecho hoy en la tarde, temprano, vino, le trajo unos jugos y dulce.
-Bueno mamá, si quieres habla con ella, tal vez sean vainas de nosotros.
-Sí, espero que eso sea, tal vez cosas de nosotros. Mañana hablo con ella.
Ese día no pudo hablarle a Catalina, el trabajo la colmó. Pasaron tres tardes hasta que pudo enfrentar a su nieta.
-Catalina, yo he estado notando que estás como rara, como ausente, y ya te he visto dos veces vomitada. ¿Te pasa algo?, preguntó Alicia.
–No abuela, tú sabes que yo siempre he sido así que me mareo por todo.
–¿Tienes problemas con Gilberto?
–No abuela, normal, sabes que estamos bien, siempre te cuento de nuestras cosas y ahora estamos muy bien.- Respondió la joven sintiéndose mal, porque era verdad, siempre, siempre le contaba las cosas a su abuela, pero en esta oportunidad sentía mucha pena, pensaba que iba a tener rechazo.
–Bueno mija, es que te he notado distraída, ahora duermes más tiempo y estás callada.- comentó Alicia.
-No abuela, tranquila, no me pasa nada.- Respondió la chica sintiéndose peor.
Catalina sabía que ya debía ser hora de contarle a la familia sobre su embarazo, entre otras cosas, porque ya su barriga sería muy visible. Y bueno, en esa oportunidad no pudo responderle con la verdad a su abuela, no supo porque, tal vez la tomó por sorpresa, o que simplemente esas preguntas le sembraron ese punto en el pensamiento, eso le hizo ver que tenía que confesarle a su abuela que esperaba un bisnieto.
Esa mañana se levantó con esa idea, listo, le contaría. No esperó que Alicia se levantara. Entró así de pronto a su habitación que aún estaba oscura.
-¿Qué pasó?.- Soltó asustada Alicia. -¿Ocurrió algo malo Cata?– Era bien raro que su nieta entrara así al cuarto, por eso era evidente la reacción de Alicia.
-No abuela, tranquila. Tengo que contarte algo. ¡Ay papá me va a matar!
-¿Pero qué pasó muchacha, cómo que tu papá te va a matar?
-Ay abuela, papá me va a botar de la casa, segurito que me va a botar. Abuela: estoy embarazada.- Le dijo pausado pero sin calma.
-¿Embarazada? Pero Dios mío cómo puede ser eso, ¿por qué no me habías dicho nada?- respondió sorprendida Alicia.
-Ay abuela, me da pena, me da pena todo esto, por eso no lo hice, me avergüenza.
-Pero mija, por qué verguenza, no chica, qué es eso. ¡A la vaina, voy a ser bisabuela!
Catalina pensó que sería un problema con su abuela, pero no fue así, lo tomó con mucha alegría, pero con preocupación por la reacción de Miguel. Catalina no sabía cuándo y cómo decirle a su padre y bueno, por sugerencia de su abuela, debió enfrentarlo ese mismo día.
Miguel había salido de Carvajal, andaba cerca de la capital buscando un material. Cada vez que salía del pueblo tardaba bastante, porque además de hacer las vueltas acostumbradas, aprovechaba de visitar a sus amigos por allí y seguro que se atravesaba una botella de ron o muchas cervezas. Catalina temía que al llegar su padre, por el efecto del alcohol la tomaría de malas.
Ese día se hizo más largo de lo acostumbrado. Cuarto, cinco, seis de la tarde y la camioneta de Miguel nada que se asomaba. Estaba muy ansiosa la joven, se mareó un par de veces pero pudo calmarse. El corazón se le salía por ratos. Al fin vio unas luces asomarse y la música de gaita zuliana le anunciaba que su padre venía tomando. Lo acompañaba Luis, un compadre. Catalina decidió esperarlo en la sala, pero al ver a Luis, fue hasta la cocina. Alicia estaba allí apoyándola. Sus hermanas aún no regresaban de «La Bollera».
Alicia fue hasta la sala y recibió a su hijo.
-Miguel, Catalina tiene algo importante que contarte, te espera en la cocina, pero por favor, anda solo.- Le dijo a Miguel que se sorprendió y prácticamente borró la sonrisa de alcohol en su cara.
-¿Pero qué sucedió mamá? Coño, no me asustéis. -Dijo Miguel. – Vaina y se me acabaron las cervezas, voy a tener que mandar a Luis.
Miguel lentamente dejó las llaves encima de la mesa y cruzó la puerta corrediza de la cocina. Allí estaba Catalina tranquila, pero con el corazón latiendo más rápido que las alas de un colibrí.
-Hola papá, bendición, ¿cómo estáis?
–Dios te bendiga mija. Me dijo tu abuela que queréis hablar conmigo, ¿te pasó algo?
–Así es papá y ruego que no te molestéis.
-Ah broma, pero no me predispongas, decíme ¿qué te pasa?
-Bueno papá, siento lo que te voy a decir, siento que te haya traicionado, siento que le haya fallado a mamá, siento que meteré en problema a la familia. ¡Papá, estoy embarazada!
-¿Embarazadaaaa, vergación pero cómo puede ser eso? ¿Cuántos meses tenéis?
-Sí papá y voy para los cuatro meses, no había querido contarte porque me da pena y porque es un problema para la familia.
-¿Problema? Nooo chicaaa…Luis, Luis, vení acá.- Gritó Miguel fuerte. Catalina pensó que su padre iba a mandar a buscar la escopeta y acabar con todo esto, o por lo menos el bate que tenía en la camioneta y agarrarla a golpes.
-Luis, Luis, prendé la camioneta, ¡vamos rápido por una botella porque voy a ser abueloooo!
Lina nunca había visto a un caballito tan lindo, o al menos eso era lo que creía. El caballito blanco seguía dando carreras mientras este señor desconocido lo pintaba.
-¿La Clavellina?- le respondió al pintor que aún estaba sentado con un pincel en su mano izquierda.
-Así es, la Clavellina, ¿es una hermosa yegua no?, dijo el joven.
-Ay señor, yo pensé que era un caballo, pero bueno, sí, qué linda yegua. ¿Qué edad tiene?
–Tiene cuatro años, está en su edad joven todavía, así como tú.
-Ah sí, cierto, se ve jovencita. ¿Y por qué la pintas?
-Es un regalo, quiero hacer ese regalo a una persona muy especial, pero todavía no sé cómo dárselo.
–¿Y eso por qué?- preguntó Lina que no dejaba de extrañarse.
-Porque todavía no ha nacido.
-Ah, ok, muy bien.- Respondió Lina un poco incrédula.
El joven tomó el lienzo, y lo guardó en una caja. También los pinceles y la pintura. Se levantó, y se acercó un poco más a Lina.
–¿Qué haces por aquí? Preguntó el hombre. -Nunca te había visto, aunque me pareces increíblemente familiar.
–Bueno, en realidad no sé si esto es real, si estoy soñando, sí estoy en una dimensión desconocida, pero bueno, hace un rato estaba en mi cuarto, me levanté y toqué este cuadro que guinda detrás de mi cama y aparecí aquí.
–¿Verdad? Qué raro esto, yo también siento como si estuviera soñando, como si mi verdadero cuerpo estuviera en otro lado. Pero bueno, acá estoy, frente a ti. ¿Quieres conocer la hacienda?
Lina aceptó y empezó a caminar con el joven sin soltar el cuadro, sin pensar que el personaje del cuadro tal vez lo tenía de frente relinchando, que su nombre coincidencialmente era el mismo de la casa dónde vivía con su madre, pero el paisaje que tenía de frente no la dejaba darse cuenta, la escena que vivía le topaba su atención.
El joven la guió por el potrero de la hacienda que se veía vacía, solo estaban ellos y La Clavellina. Conversaron por mucho tiempo, al menos eso creía, rieron, se pusieron serios, se contaron cosas, muchas, como si se conocieran desde hace años. La sensación era de confianza, de calidez, de seguridad. Por primera vez ella tenía esa sensación. No es que no tuviera buenos amigos, pero como casi siempre estaba en su cuarto no compartía demasiado. La relación con su mamá no era mala, pero muchas veces fue básica, para lo adecuado, lo necesario. Las palabras de consejos llegaban a veces muy tarde o forzadas. Su abuelo era muy cariñoso con ella pero sentía que aún la veía como una niñita que creió sin su padre.
Entonces en ese momento Lina sintió que estaba tranquila, que la entendieron y definitivamente se sentía protegida, apoyada, aupada. Pero todavía no entendía dónde carrizo estaba y qué hacía allí. Trató de no darle demasiada importancia a eso, total, se estaba sintiendo muy bien, no era necesario hacer preguntas tontas ni interrumpir el momento. Lina no sabía a quién tenía de frente, con quien había hablado tanto todo ese tiempo, con quién había ido al río y escuchar el agua, con quien había comido el mango más dulce que había probado en su vida, con quién había corrido entre los árboles más frondosos que había visto. No sabía quién era pero eso no importaba.
Luego de pasar por la cabañita y tomar un poco de café, Lina y el hombre salieron de nuevo al potrero. –¿Quieres montarla?-Preguntó el hombre.
-Nunca lo he hecho, pero me encantaría.- respondió Lina.
El hombre fue a buscar la silla mientras La Clavellina corría y corría. Cuando regresó, el hombre la llamó y el animal obedeció y fue para ser acariciado. Lina se acercó, un poco asustada pero emocionada, estiró su mano para darle una caricia y de pronto…sintió frío, ahora sudaba, miró su mano, se volteó y vio que el cuadro guindaba de nuevo detrás de su cama.
El próximo domingo no te pierdas el último capítulo de este cuento…y no olvides compartirlo. Muchas gracias por leernos.