Lina anda metida en un lugar extraño, no tiene ni idea dónde está, pero algo le es muy familiar: un caballito blanco que ve a lo lejos. Descubre qué ocurre con ella en este segundo capítulo de nuestro primer cuento.
Por: Rafael David Sulbarán. Periodista. Pichón de escritor
Catalina siempre fue un poco enfermiza, no podía escuchar y mucho menos ver a alguien vomitar porque más atrás iba ella con sus náuseas. Por eso cuando estuvo embarazada casi todo ese período la pasó mal, no por el hecho de tener un bebé en la barriga, sino porque se mareaba de nada, todo le causaba malestar. Una vez, cuando tenía como tres meses en gestación, se mareó y casi se cae de rodillas. Iba de la sala a su cuarto y se tuvo que agarrar de la pared para no irse al suelo.
Su embarazo fue inesperado como ocurre muchas veces. A pesar de que contaba con 22 años, nadie lo esperaba. Ni ella. Pero por allí dicen que tanto va el cántaro al agua…los encuentros con Gilberto eran bastante apasionados, precisos, interminables, excitantes, especiales. La Ponderosa era un buen sitio para verse, allí pasaban las tardes de los sábados y el domingo casi todo el día. Luego del almuerzo, pasada la hora del café, la familia iba a descansar, pero Cata y Gilberto no lo hacían, se marchaban al potrero. Cerca había una cabañita semi abandonada que Miguel pensaba demolerla pero se le había olvidado. En ese lugar habían puros «chécheres»: herramientas oxidadas y ese tipo de desechos que en todas las haciendas hay. Allí funcionaba el nido de amor, el de lujuria, el de entrega. Aquí sucedió.
Una tarde, Catalina estaba cociendo un nuevo vestido para la venta. Era una entrega que tenía retrasada, ya que el trabajo era bastante por esos días cercanos a la navidad. Su abuela le apuraba, ya que habían acordado en tenerlo listo para el final de la tarde. Catalina afanada, se concentró demasiado en la pieza, en la que empezó a trabajar desde la mañanita. Miraba fijo la aguja de su máquina y utilizaba los pedales sin parar. Solo se detuvo a la hora de almuerzo por 10 minutos. Se sirvió un café y siguió: la misma dinámica, pedal y correr la tela, fijar su mirada en la aguja. De pronto un horrible mareo se apoderó de ella, unas náuseas gigantes le nublaron la vista y se desmayó, dejó su pie en el pedal dañando una parte de la tela.
Alicia tenía rato sin darle vuelta a su nieta ya que estaba ocupada en otro cuarto con unos trajes. Cuando recordó, decidió darle un vistazo a la pieza de Catalina que debía ser entregada en una hora. Abrió la puerta y el corazón se le congeló.
–Catalina, ¿qué te pasa? Gritó Alicia. Corrió hacia la joven, le quitó el pie del pedal y la tocó. Estaba fría y lucía pálida. Pensó que estaba muerta, pero su respiración seguía.
–Catalina, ¿háblame, qué te sucede hija? -. La joven reaccionó y se incorporó.
-Abuela, me desmayé.
-Muchacha, pero ¿comiste bien? Seguro estás estresada.
-Sí, yo comí bien, pero seguro es el cansancio de tanto trabajo.
Alicia quedó preocupada, pero aliviada a ver que el color le volvió a su cara luego de un te. Pero eso no le quitó de la cabeza ese extraño episodio. Aunque Cata siempre se mareaba por todo, primera vez que la veía desmayada. La muchacha dejó de trabajar ese día. Alicia reparó el daño en el vestido y pudo hacer la entrega. Ella se fue a descansar también pensado lo raro que fue desmayarse así. Catalina siempre se acostaba tarde trabajando, a veces pasaba hasta 18 horas corridas confeccionando una pieza, era muy apasionada y perfeccionista. Por eso, siempre había trabajado horas de horas sin sufrir consecuencias en su cuerpo.
Entonces por primera vez empezó a sospechar de sí misma. -¿Será que tengo algo en la cabeza? -se preguntaba. -¿Dígame si estoy embarazada? Entonces empezó a echar números, a echar cabeza ya que la visita roja semanal aún no se aparecía. Pero, decidió tomarlo con calma, primero analizando qué ocurriría sí fuese cierto que espera un bebé. Empezó a dibujar en su mente escenarios y el primero que le venía a la cabeza era que su padre lo tomaría de muy mala gana. Miguel era un padre amoroso, pero la idea que su hija mayor salga embarazada de su novio de cuatro meses no le haría mucha gracia. Otro escenario era la reacción de Gilberto, si se casaría, cómo lo iba a tomar, si la iba a abandonar. Pero bueno, su calma la ayudaba a pasar esos días de incertidumbre esperando a esa bendita regla.
El día indicado la visita roja no llegó, ni al siguiente, ni al siguiente. Es hora de hacerse la prueba. Intento número uno: positivo. Intento número dos: positivo. Intento número tres: positivo. Catalina tenía un problema agradable.
Lina nació en la noche, hubo luna llena. Gilberto estuvo todo el día viajando y apenas llegó al hospital de Carvajal unos minutos antes que naciera su hija. Estuvo en la capital resolviendo un problema con una materia. Cuando se enteró que iba a ser padre también acababa de llegar, estaba resolviendo un problema con una materia. Esa noche, luego de manejar más de ocho horas llegó a La Bollera porque Catalina lo había citado allí. Eran como las 7:00 de la noche y él estaba todo extrañado porque era raro que su novia lo citara a esa hora con tanta urgencia.
Gilberto entró al restaurante que estaba medio vacío, era un martes. Catalina estaba detrás del mostrador principal. Ambos se sentaron cerca de la barra.
-¿Quieres tomar algo?- preguntó Catalina.
-Sí, por favor- exclamó Gilberto. -Sería bueno un refresco frío.
-Ok, muy bien. Yo pediré un café- soltó la joven.
El ambiente se sentía pesado. Gilberto pensó por un momento que algo grave había ocurrido o que su novia le cortaría. Se tomó su bebida casi de un solo golpe.
-Gilberto, tengo algo muy importante que decirte, y debes tomarlo con calma.- Dijo Catalina. Ya Gilberto quería salir corriendo y sus sospechas se estaban confirmando.
-Bien, ¿y qué es eso eso tan delicado?- dijo nervioso el joven.
-Estoy embarazada.
Gilberto se quedó fíjamente mirándola a lo ojos y por alguna extraña razón, se le vino a la mente la yegua, esa yegua que le había regalado cuando cumplieron un mes de novios y que cada día se encontraba más hermosa, creciendo como su amor. Gilberto quedó pensativo, anonadado, silencioso por esos segundos, pero su expresión no era mala, no era desagradable, estaba simplemente pensando en la yegua, ¿cómo estará en este momento? ¿se sentirá bien?
-Gilberto…Gilberto, dime algo por favor.
-¿Enserio? ¿Y cómo te sientes?- respondió lentamente el joven.
-Claro que es verdad, ¿crees que te haría venir tan rápido para decirte una mentira?
-Cierto amor, discúlpame, es que me tomó por sorpresa.
A pesar de la reacción distante de Gilberto, el joven estaba contento, el hecho de convertirse en padre antes de culminar la universidad no estaba en sus planes, pero el amor que ya venía creciendo entre él y Catalina justificaba todo y además siempre quiso tener un hijo.
-Catalina, amor, pero ahora tenemos un agradable problema: ¿qué vamos a hacer?
Había calor, pero una brisa constante despistaba la humedad. Lina, en piyama, caminaba por el pasto aún confundida, aún perdida, no sabía dónde estaba. Hacía unos segundos, tranquila en su cuarto, miraba el cuadro misterioso del caballo, pero ahora estaba andando en medias sobre un terreno que le parecía extrañamente conocido.
A lo lejos, veía un caballito, a simple vista se notaba que era blanco y joven. El caballito andaba correteando en un potrero solo. No veía a nadie alrededor, ni siquiera otro animal. al fondo se veía una casa que estaba en remodelación, cerca había material de arena, bloques y cemento. Lina se detuvo un momento y se preguntó si estaba soñando porque definitivamente no concebía que esto tan real estuviese pasando. – Sí, es lógico que me quedé dormida otra vez, es normal.- Se decía a sí misma intentando dar explicación a lo que le estaba sucediendo. Es que para ella, quedarse dormida y soñar bastante, crear fantasías era algo de casi todos los días. Una vez soñó que estaba en una playa, tomando un coctel con un traje de baño azul. Cuando despertó se encontraba sentada en un sillón de su cuarto con un traje de baño y una tasa en la mano.
Lina miró hacia abajo y se dio cuenta que cargaba entre sus manos el cuadro del caballo. No lo había notado, quizá por la sorpresa de estar en ese sitio sin saber por qué. El cuadro no era muy grande y tampoco pesaba tanto. Tenía un marco marrón que nunca le gustó. -¿Qué hago aquí con este cuadro?.-
Mientras, el caballo del potrero seguía corriendo, y en cada paso parecía menos joven, aunque no parecía cansado, estaba muy activo correteando a pesar de que era de noche. Lina volvió a levantar la mirada y siguió caminando, tratando de alcanzar el caballo adulto ya. Lina iba llegando al potrero, cada vez hacía más brisa en esa noche que era joven. Ya no tan lejos veía al animal que cada vez se apreciaba más hermoso. De pronto, a unos metros, pudo notar a un joven que estaba sentado en una banca con un caballete de madera en frente y un lienzo no tan grande. Era un joven moreno, no tan alto, se le veía feliz, como extasiado pintando. Lina siguió acercándose y este joven no se daba cuenta de su presencia allí. De pronto, con el relinchar del caballo de fondo, Lina se acercó al joven mucho más, y a poquísimos metros pudo verle la cara, una cara extrañamente familiar pero que nunca había visto en su vida. El hombre dejó el pincel, volteó hacia Lina y le dijo: –Hola, te presento a La Clavellina.
La próxima semana presentaremos el tercer capítulo de nuestro cuento que esperamos les vaya gustando. No olviden compartir esta nota.
Foto: Cindy Catoni