Una velada tranquila te brinda esas sorpresas
Nuestra corresponsal en Medellín encendió su instinto periodístico al conversar, así de repente con un señor que se acercó vendiendo algo un sábado mientras compartía con amigos en la ciudad de las flores
Por: Yenifer Estrada Quintero.
Corresponsal en Medellín, Colombia
Una noche de sábado “exclusiva” porque generalmente no salgo en las noches y menos cuando llueve, mi prima me convenció para ir a cine, la verdad no tenía muchas ganas de salir pero bueno, yo como por no hacerle el desplante me fui con ella para el centro comercial y ¡Sorpresa! las películas más malucas que pueden existir. No nos íbamos a quedar ahí por supuesto; decidimos irnos para La Villa un lugar donde se reúnen las personas generalmente jóvenes, algunos grupos urbanos o parejas, a disfrutar de la noche que ofrece la ciudad de Medellín.
Estando allí pasaba un hombre de estatura baja, mal vestido, con una gorra de taches, unos zapatos sucios y rotos, con una enorme cicatriz en la parte izquierda de su cara y unos ojos muy bonitos. Se me acercó a mostrarme las manillas que estaba vendiendo, tenía los ojos llorosos y en ese momento se le zafó una lágrima y dijo: “Ay muchachas ustedes se ven que son muy buena gente, es que estoy más feliz, imagínense que me encontré a los que eran mis profesores y me van a dejar presentar las pruebas Icfes para poderme graduar y entregarle el cartón a mi mamá”.
La alegría y la emoción se le veían por encima, se sentó con nosotros y ahí fue donde empezó a contar porque era para él esto un motivo que cambiaría su vida.
A los diez años se fue de su casa, porque era muy rebelde, con 5 amigos todos eran “punketos” ya mayores, atracaban a la gente y la apuñaban, “ellos eran tan malos que les daba satisfacción matar a la gente, se reían y todo; a mí me daba igual,” exclamó Diego, así se llamaba.
Pero recalcó que lo que si tenían estas personas era el sentido de pertenencia con la familia. Para ese momento el hacía parte de la “familia” siendo el menor. “Si un almuerzo había yo era el que comía primero y ellos después, la carne siempre me la daban a mí”. Ese era su entorno a esa edad. Totalmente descarrilado.
A pesar de las malas acciones ellos le dejaron una de las mayores enseñanzas que se puede dejar en la vida, «que la mamá es lo más importante».
Me sorprendí cuando él me dijo eso, nunca pensé que personas tan frías y con ese pasado malo valoraran tanto la familia.
Son personas que se ven ante la gente muy fuertes, fríos y descorazonados pero que la mamá es la que manda siempre. “Si ella los llamaba y les decía mijo venga hágame esto, ellos corrían es más hasta le arreglaban la casa, esa gente tienen un corazón hasta bueno,” y eso fue lo que hizo que el tomara un poquito de conciencia y se fue para su casa.
Milicianos
Llegué a pensar que ya había aprendido su lección con eso, pero en ese tiempo del 1996 más o menos, estaban los milicianos y él decidió meterse a defender el barrio con todos los jóvenes de cuadra. Las vecinas cada noche miraban por las ventanas para hablar mal ellos, mientras su madre con un escapulario en la mano, rezándose un rosario esperaba a que le llegara la noticia de que había matado a su hijo.
Los “milicianos” era los que iban a tocar la puerta de la casa a pedir vacunas, extorsionaban y mataban gente a diestra y siniestra, según ellos estaban haciendo una barrida y a los jóvenes que estuvieran por ahí fumando marihuana o en bandas los mataban de la manera más terrible, los golpeaban y hasta llegaban a tirarlos al río Medellín o en casos más extremos los degollaban.
“Nosotros no íbamos a permitir eso, todas las noches nos quedábamos vigilando el barrio, entre muro y muro nos cuidábamos la espalda trabados y con las mejores armas que había en esa época, porque todo nos lo mandaban los duros “, decía Diego.
Yo le pregunté: ¿Diego y usted alguna vez llegó a matar a alguien?
– Sí, más de uno.- Lo dijo con una mirada reflexiva
– ¿Y usted qué sentía? ¿No le daba pesar? No sabía cómo iba a tomar mi pregunta pero desde siempre había querido saber qué pasaba por la mente de estas personas.
Él me dijo muy tranquilamente que no sentía nada, que solamente pensaba en que se lo tenía merecido, y aún más cuando veía que le metían un tiro alguno de sus parceros, «es como una adrenalina y desde que se mate el primero, ya los otros valen huevo». Él no pensaba en más y menos cuando estaba bajo efectos de la droga, “porque era lo único que nos daban droga porque ni plata recibíamos”. Su labor era defender el barrio, la banda, su gente. Mataba por encargo o sin encargo.
No pudo escapar de su entorno, como miles de colombianos en situación crítica, sobre todo en aquella Colombia del narco terror, de aquellos años 90 llenos de tanta sangre. Diego fue uno de los reclutados por la vida, esos 100 mil que se suman a las filas del mal anualmente, de esos que matan 21.000 personas por año (2009).
Cuando iban a comprar droga en el barrio Antioquia si no se iban rápido, los mismos vendedores los golpeaban porque en ese sector no se podía consumir; pasaban los días y ellos no bajan la guardia “ni cuando estaban dando los planes de estudio y desmovilización en ese tiempo era el gobierno de Uribe, no aceptábamos porque nos creíamos mucho ya que estábamos con los duros” .
Ahí fue donde me empecé a cuestionar sobre ¿Qué tan buenos eran los beneficios y garantías que ofrecía? ¿Qué tanto era el trabajo que hacían en comunidades tan frágiles y violentas? pero bueno ese no era el caso…
Una hija
Reiteramos la conversación entre tanto peligro y adrenalina conoció a una hermosa mujer por la que sufrió mucho en los dos años que estuvieron juntos. De ese amor nació una niña a la cual dejó de ver a los 5 años ya que un día fue a su casa y no encontró ni la ropa. Cuando finalmente la pudo ver, la tenían en muy mal estado.
Tuvo que pelear con la mujer para que se la dejara llevar para la casa de la mamá y la hermana médica. Ellas le podrían brindar un mejor cuidado. “Lo malo es que se alejó de mi niña, la dejaba plantada cuando decía que iba ir a visitarla, las lágrimas le corrían por los ojos mientras esperaba en el balcón, una llegada que nunca se vio”.
Decidió alejarse de la banda. “Así me mataran pero no quería seguir viviendo mas eso, porque mi mamá era las que sufrían cuando llegaba apuñalado a la casa”, tiene 35 puñaladas en todo el cuerpo pero ninguna ha sido letal, por ahí dicen que mala hierba nunca muere puede ser una oportunidad más para cambiar su vida, y si lo dejan estudiar, mucho más.
Lastimosamente es la oveja negra de la familia, su hermana que es médica, lleva una vida normal. Un hermano que es abogado de la Universidad de Medellín llegó a ser exitoso, pero se sumergió en el alcohol y lo perdió todo, y su hermano mellizo que “es más bonito que yo” es administrador, con el que vive actualmente entre humillaciones porque “prefiere dejar podrir la comida que darme a mí” dice Diego. Por eso, anda vendiendo cosas en la calle, para que no se le pudra la vida.
Por eso se rebusca la comida y la plática vendiendo manillas para darle a su hija lo necesario y tratar de cambiar ese pasado tan oscuro para que su hija se sienta orgullosa de él.
“Estoy cambiando porque quiero ver a mi hija como una mujer exitosa, aunque yo no sé mucho pero le enseño a leer, eso es lo que hago en mis tiempos libres, para sumergirme en otro mundo”.
Con las lágrimas corriendo por su cara me dio un abrazo y me dijo:
«Voy a hacer hasta lo imposible por graduarme para que mi mamá a mis 35 años por primera vez se sienta orgullosa de mí y vea que voy a salir adelante».
Lo único que le dije fue que me buscara que le regalaría unos libros ya que le gustaba tanto leer, y hasta el día de hoy no sé si se pudo graduar porque nunca me volvió a buscar para darle el pequeño detalle.
A veces uno no busca las historias, las historias lo buscan a uno.
Texto exclusivo para Pluma Volátil desde Medellín, Colombia.
Referencias:
www.quesabesde.com
Foto: Javier Arcenillas (referencial)
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