Justamente al lado de mi oficina
Arrancamos esta serie llamada «Espantos y cosas del otro lado» con esta historia desde San Francisco, dos viejitas que salen cada noche y se sientan en el porche de su casa frente a la playa. No les gusta que entre ningún hombre a su propiedad pues son muy recatadas y a su avanzada edad orgullosas de seguir siendo señoritas
Por: Maigelith Serrada. Administradora.
Trabaja frente a una playa. Buena gente
Cuando naces en un país como Venezuela, donde la fantasía y lo sobrenatural está a la orden del día creces escuchando cada historia que es como para ponerle la piel de gallina a cualquiera. Historias asombrosas como sacadas de un libro de cuentos de ultratumba recorren los pasillos de colegios y liceos terminando por ser parte de nuestra cultura.
Muchos escuchamos de muy niños la historia de «Florentino» (no es el hermano de Servando) que pasó de ser una leyenda de pueblo a ser uno de los contrapunteos más famosos de nuestra música llanera gracias al poema de Alberto Arvelo Torrealba donde narra la forma en la que Florentino entretuvo al diablo cantando hasta que salió el sol y al diablo no le quedó más remedio que desaparecer… y así tenemos a la Sayona, la Llorona, el Silbón y tantos otros que forman parte de nuestro folclore nacional.
Pero hoy les voy a contar una historia muy particular, probablemente no será digna de un poema o de convertirse en leyenda pero a mí me causa pesadillas y estupor. En San Francisco del Zulia vivían unas hermanas: las Lugo. En la zona conocida como El Bebedero cuando San Francisco estaba lejos de ser la ciudad que es hoy, las hermanas Lugo dedicaron su vida a enseñar a las nuevas generaciones y se puede decir que son las fundadoras del municipio. La Maestra Rita Lugo fundó en su época junto con el Padre Vílchez el Liceo San Francisco (localmente conocido como el liceo del Padre Vílchez) pero esa es otra historia. El hecho es que estas mujeres de la familia Lugo envejecieron sirviéndole a la comunidad y sin haber conocido el amor de ningún hombre, solo el amor que ellas les daban a los niños… así llego el momento de partir de esta vida humana y terrenal y una a una se fueron muriendo en la misma casa. La ultima en fallecer fue la maestra Rita, de quien sospechan los vecinos que no fue una muerte del todo natural. Sin una denuncia ni alguna sospecha de parte de la policía no hubo mayor investigación y fue declarada muerte natural. Tiempo después algunas personas que vivían de la caridad de las Lugo debieron abandonar la casa para poder la familia que les sobrevivía, disponer del inmueble.
Pero al parecer la casa no quedó sola del todo y cuentan algunos vecinos que cada noche se puede ver la silueta de ambas viejecitas sentarse en el porche de su casa como solían hacerlo en vida mientras tomaban un café con leche. Con el tiempo los rumores se convirtieron en comentarios como: “es que las viejitas eran muy celosas con su casa, la están cuidando” -es posible-. Algunos años después la propiedad completa fue vendida a una empresa-para la cual trabajo- que haría algunas remodelaciones para instalar sus oficinas allí. Contrataron a un vigilante para que cuide la propiedad mientras traían todo el material para la construcción. Jorge –así se llamaba el vigilante- cuenta hoy con estupor que su primera noche allí se quedó dormido del aburrimiento, por esa zona no pasan carros ni gente. En medio de la noche lo despertó el peso de una persona montada sobre él, presionando su pecho. En medio del susto no supo cómo reaccionar e intentó levantarse… fue cuando vio a una anciana que estaba justo frente a él y le pedía que se fuera.
El vigilante te echa el cuento de forma que te hace estremecer del miedo. Recuerdo lo que pensé cuando el Señor Jorge me contó esa historia, me convencí a mí misma que eran tonterías, que estaba influenciado por los comentarios de los vecinos. De cualquier forma justo al lado del cuarto donde murieron ambas estaría ubicada mi oficina y nunca creí en cuentos de la cripta y mucho menos en muertos y aparecidos.
Finalmente llegó el día en el que me mudaría de oficina y nada más llegar sentí una presión terrible sobre mis oídos, era como si algo zumbara dentro de ellos. Trate de ignorar esa sensación y me dispuse a hacer mi trabajo. Minutos después la puerta de la oficina se abrió sola y un instante después se abrió la puerta del cuarto de las viejitas. En ese punto le atribuí eso al viento que no dejaba de soplar esa mañana. Cerré bien la puerta principal y la del cuarto. Seguí mi trabajo. Minutos después otra vez se abrieron ambas puertas frente a mí sin ninguna razón aparente. Una sensación de escalofríos recorrió mi medula. Intenté seguir trabajando, pero no podía concentrarme, el zumbido en mis oídos se hacía más fuerte y tenebroso. Crecí en un hogar cristiano evangélico donde se me enseñó desde muy niña que «los muertos nada tienen que hacer debajo del sol» y decidí que era el momento de empezar a orar para que lo que sea que estuviera allí se fuera. Es difícil enfrentar algo que no conoces. Más difícil aun después de haber escuchado tantas historias de vecinos aunada a la del señor Jorge. Aun así, no perdía nada con intentarlo.
Me encomendé a Dios y puse toda mi fe en las palabras que a continuación pronuncie «En el nombre de Jesús lo que quiera que sea que este en esta casa le ordeno que se vaya. Aquí solo quiero cosas de Dios, lo malo no es bienvenido», esas palabras las dije basada en lo que me enseñaron en mi fe, pero las dije temblando de miedo, con ese escalofrío que me erizaba la piel.
Fue un día difícil, emocionalmente desgastante. Al salir aquella tarde una vecina me contó una loca historia de que las viejitas siguen allí pues a ellas no les gusta que entren hombres en esa casa, acotando que murieron solteras pues eran demasiado religiosas y correctas. También me contó de su caridad con los necesitados.
Pero más nunca sentí la extraña presión sobre mis oídos, a pesar de ello, cada mañana al llegar al trabajo hago mis oraciones, no quiero volver a sentir algo así.
Con el tiempo nos hemos enterado que en la playa que está frente a mi oficina hacen de madrugada brujerías. Quizá eso explique las cosas que allí se sintieron, tal vez lo que ven los vecinos cada noche no son las viejitas sino algún espíritu que convocan en medo de algún ritual. Cualquiera que sea la explicación yo sigo encomendándome a Dios antes de entrar y una vez adentro vuelvo a soltar mis oraciones en voz alta, por si acaso.
Este texto fue escrito en Maracaibo. Febrero de 2016.
Por Maigelith Serrada
Cortesia para mi hermano Rafael David Sulbaran