Y la extraña sensación de matar
Este hombre, por circunstancias de la vida, mató a un antisocial en defensa propia experimentando una de las sensaciones que la mayoría de los seres humanos quieren evitar
Enrique es un muchacho común y corriente, de unos 27 años, con una aceptable vida, un techo donde vivir, buena educación y acceso a ciertas comodidades de la clase media. Un día normal en su vida, en lo que debió ser una jornada que quizá no recordaría ni a la semana siguiente, experimentó algo que todo ser humano quiere evitar, que la biblia lo condena, que nadie desea, o al menos la mayoría: matar a una persona.
Hace unos cuatro años, Enrique recibió una llamada a tempranas horas, era su novia, le contó que tenía un presentimiento, algo malo iba a pasarle. “No sabía explicar el porqué. Total yo le dije que estaría tranquilo en casa. Era un día de semana. Mi novia se encontraba en un curso fuera de la ciudad», expresó durante una entrevista exclusiva para Pluma Volátil. Enrique estuvo toda la mañana en casa ordenando unas cosas de su trabajo y viendo televisión. A eso de las dos de la tarde recibió un mensaje de una amiga. “Me dijo, hey soñé contigo, y fue muy feo, era que te mataban…ay Enrique qué feo, cuídate mucho ¿sí? Eso me conmovió, me sacudió, me entró un frío raro, un miedo extraño, un pavor…ya eran dos personas que me decían algo similar en menos de 10 horas. Al día siguiente yo iba a viajar, pero decidí cambiar la fecha. Y bueno, me encerré más”.
Enrique no salió de su casa, postrado en su cama viendo tele y temeroso, pero decía ¿OK qué puede pasar si estoy aquí sin moverme? “Ya se me había olvidado un poco la cosa y logré calmarme. Yo creo mucho en esas cosas de presentimientos y tal…pero ya estaba más tranquilo”.
Por esa razón, decidió asomarse un rato afuera de casa. “Estaban algunos vecinos reunidos así en el frente de la casa. Yo salí un rato, conversamos unos minutos de cosas para pasar un poco el tiempo, eran ya las siete y algo de la noche. De pronto, siento un grito estremecedor que me espabiló, corro para la casa y veo a mi hermano tirado en medio de un charco de sangre, él había sido el del grito, estaba consciente. Llegaron unos vecinos y dijeron que lo estaban atracando dos tipos que salieron corriendo. Tenía pavor, y no sabía qué hacer, pero se me vino a la mente sacar mi pistola automática de uso personal por si acaso regresaban los sujetos, o no sé, quizá me sentía más seguro con el arma. En unos cinco minutos los vecinos me ayudaron y se llevaron a mi hermano a un hospital. Tres testigos me dijeron que los tipos salieron a pie, eran dos personas jóvenes, me describieron más o menos lo que pudieron ver. Le robaron a mi hermano dos celulares, dinero en efectivo y unas joyas”.
Enrique sin pensarlo mucho salió en búsqueda de los antisociales, “quería recuperar las pertenencias de mi hermano, los busqué también sin meditar mucho sobre ello, solo me dejé llevar…quizá también quería asustarlos, darle una lección y atraparlos. Llamé al 911, no había una patrulla policial cercana. Llamé dos veces y nada. Emprendí camino hacia la avenida principal y no los veía, de pronto giré a la derecha y en una vereda pequeña divisé a dos sujetos de frente, a unos metros de mí. Me identifiqué como un policía, les dije: –Coloquen las manos arriba, y contra la pared, están detenidos- Se detuvieron, alzaron las manos, pero no se colocaron contra la pared. Por simple instinto tomé a uno y lo abraqué, no sé cómo hizo, pero sacó una pistola, no se zafó de mi llave, pero me apuntó a la cabeza…el otro salió corriendo, aquel tenía las pertenencias, e imagino el cuchillo o arma blanca con el cual hirieron a mi hermano. Forcejeamos, dimos vueltas, varias, como cinco…logró soltarse de mis brazos, me apuntó de frente, a un metro de mí un segundo o dos…no sé, uno no tiene tiempo de pensar, de lamentarse, de querer estar acostado en tu cama viendo el juego, de retrasar el tiempo o adelantarlo, de nada, intentó disparar pero se le trancó el arma o no la tenía montada…yo sí, accioné y plum…directo a la cabeza. Un solo tiro. Es increíble, la vida depende de un hilito muy débil, muy mínimo, microscópico. Yo había cerrado los ojos al disparar, esperé que el soltara un tiro también, abrí los ojos y lo vi desplomarse en un segundo, con los ojos abiertos. Traté de agarrarlo, pero ya no tenía su alma allí, es una sensación distinta a la de un desmayo, el cuerpo queda como una gelatina, sin libertad, sin vida, sin control”.
Enrique dejó el cuerpo tirado allí. Se convirtió en un nuevo caso de homicidio en defensa propia, el cual según datos ofrecidos por el Observatorio Venezolano de Violencia ocurre en un porcentaje menor, apenas un 3 por ciento de los homicidios en general. Según datos extraoficiales en Venezuela, de 100 casos, entre 2 y 3 son registrados y denunciados como defensa personal.
Enrique regresó a su casa que estaba a unas cuadras. Las autoridades llegaron. Los vecinos sabían de la situación. Levantaron el cadáver que resultó ser de un joven de 23 años con un largo prontuario policial, “el tipo tenía, al menos tres muertos encima. Yo pienso eso y digo que me salvé de vaina, quizá por instinto, por fortuna o por la mano de Dios pude salir de ese momento sin una herida física”. Enrique salió ileso, pero con una herida en el alma.
“Yo no andaba en mi…pareciera que mi alma se hubiese ido por allí también. Me sentía sucio, me sentía culpable, sentía que no debía estar, respirar, comer…no lo merecía. Pensaba en el momento que el sujeto volteó los ojos, eso me perseguía. Yo no soy un asesino, no quise matarlo, tengo esa arma por la bendita situación de inseguridad en este país, solo me defendía, defendía a mi familia, quizá el finado era una molestia para la sociedad pero ahora había cometido el pecado mortal y eso me condenaba”.
La situación de ese día lo llevó a convertirse en un homicida, término, que para muchos expertos, es mal utilizado. “Tu no puedes llamar homicidio a un hecho de esta naturaleza, cuando una persona se defiende, eso no es un delito, o por lo menos no es algo que pueda considerarse un homicidio en toda la extensión de la palabra, por eso en muchos casos, o quizá en la gran mayoría, se podría hablar de un 90 por ciento, si se presenta una buena prueba con hechos contundentes, la persona queda sin cargos y es absuelta”, expresó la abogada Angie Capo.
Enrique se escondió por temor a represalias, no sabía cómo podían reaccionar los familiares o amigos del antisocial, además quedó uno con vida que sabía obviamente la situación. Hubo una denuncia de los familiares, el caso duró un mes en proceso y terminó en “ajuste de cuentas”. Nadie reclamó, solo lo hacía Enrique con Dios. “Ya no era el mismo, el único que tienen derecho a dar y quitar vida es Dios y sentí traicionar eso. Me refugié en la iglesia, busqué el perdón. Luego de varios meses, la palabra de Dios y su acción me dieron la paz, el consuelo. Soy un hombre nuevo. Antes no veía las cosas con consciencia, yo no era malo, pero quizá solo vivía por vivir. Ahora siento el día a día, de los detalles, de los regalos de la naturaleza, de la vida. Esto me enseñó esa amarga experiencia, aún lo recuerdo con mucha tristeza, pero ya no me siento tan mal…y la misma vida me ha cacheteado diciéndome que no soy un asesino, que estoy premiado y bendecido”.
Enrique vive su matrimonio actual muy feliz. Es exitoso en su trabajo. No recibió amenazas posteriores. Jamás ha vuelto a utilizar un arma. Su hermano se recuperó satisfactoriamente de dos heridas de puñal.
Con información de:
Observatorio Venezolano de Violencia
Cicpc
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