En esta oportunidad Eduardo se mete en tremendo lío porque decidió pedirle matrimonio a su novia. Ay mi madre, uno de los momentos más esperados y temidos por las parejas, sobre todo una como esta
Por: Eduardo Mendoza
En mi familia materna la mitad son blancos y el resto negros y marrones, Las mujeres tienen en la «totona» el «Efecto Nucita». Hay más mujeres que hombres, sin contar unos primos que ahora forman parte del equipo multicromático.
Todas las mujeres mayores de mi familia son divorciadas, dejadas o mandaron pal carajo a su «proveedor guevístico», Pero yo no quiero hablar de eso. Hoy les contaré de mi propuesta matrimonial a «La Jevita».
Cuando yo la vi por primera vez eso fue atracción de una vez. Yo ya la imaginaba preñada de morochos y llevándole sus sardinas con mantequilla de maní por qué le dio un antojo de embarazo.
Ella sí tardó más en fijarse en mi, yo era invisible para su corazón y las posibilidades de frotarnos los corotos era muy lejana, pero le puse entusiasmo y a punta de risa y: «tranquila que yo te acompaño a la parada», me cuadre esa carrocería.
Ya teníamos bastante tiempo de novios y como cuatro sustos de embarazos que solo fueron falsa alarma. Un día después de desayunar un pan con Diablitos y mayonesa y un vaso de Frescolita con leche, decidí que se acabó la soltería.
Estábamos en un concierto de reggae con las bandas «Onice» de Caricuao e «Irie» (la Banda de Mulato). Yo estaba muy muy mareado y contento, Ella igual sólo que ella nunca lo demuestra. La invité a comer porque del humo sagrado nadie se va sin que le de hambre.
Estábamos en Arturos, en esa época se podía comer ahí y pedir muchas cosas sin necesidad de dar culo al personal para poder pagar el pollo y las papas fritas. Todo era risa y besos pero llegó el momento de la verdad.
Me paré en la mesa y con la presa de pollo más grande que había en mi plato hablé en voz alta: «Señores ante ustedes quiero pedirle a esta mujer descendiente de italianos y orientales que acepte este cuadril bien tostado como ofrenda y que me acepte a mí como su esposo».
La mujer rogaba porque Dios le enviará un rayo que cambiara su suerte y que el frito y crocante fuera yo, que me cayera de esa mesa y quedará inconsciente para que no pusiera resistencia mientras me ahorcaba.
Me di cuenta por su rostro, que no estaba logrando la meta, así que me senté y la miré a los ojos y con cara de drogado le repetí la pregunta: «Vanessa, aceptas este pollo crujiente y frío, por qué ya tengo rato con el en la mano, como señal de que quiero pasar la vida contigo».
Ella me vio con su cara de depredadora y me dijo: «te respondo mañana». Al día siguiente estaba muy escoñetado en mi cama y escucho los gritos de mi mamá diciéndole a mi hermana que ahora podía quedarse con mi cuarto porque yo me iba a mudar.
-¿Cómo que me voy a mudar?
-Claaroo, tú llegaste anoche diciendo que te ibas a casar y que te ibas para Milán, que nos metiéramos los bollitos tranca pecho por el culo, que tú ahora vas a comer Pizza.
«Dios, qué hice…», pensé. Trataba de recordar algo pero solo me acordaba del pollo y de lo bien que sonaba Onice en vivo. Traté de llamar a «Cuaimineitor», pero en esa época mi Tango 300 no servía.
Eran como las dos de la tarde cuando hace acto de presencia la dueña de mis tajadas. Mi madre, en su acto más histriónico la abraza y la bendice a su vez que le advierte que no acepta devoluciones que ella ya tocó esa mercancía.
Yo en realidad temblaba pero me comporté como todo un macho y con mi mejor voz de galán «Hola Mami» (ella odia que le digan mami). «Eduardo vengo a decirte que sí, que acepto».
Empezó mi mente a trabajar buscando el «backup» del día anterior y ligando que haya sido que le ofrecí trabajo en mi super empresa distribuidora de Caramelos Vaquita, pero fueron llegando los recuerdos y la miré a los ojos y la abracé.
Luego dos semanas después confirmamos que éramos tres y los chismes fueron a todos los rincones de la tierra. Decidimos casarnos sin decirle a nadie la fecha y el día, solo se enteraron cuando llegamos de la jefatura y eso fue un súper lío espectacular pero es otro cuento.