El niño que llegó en patrulla

El niño que llegó en patrulla

Una vez nuestro editor se quedó esperando un largo afuera de su escuela para que lo fuesen a buscar. Esperó y esperó.

Por: Rafael David Sulbarán. Periodista. Ha rebajado. Quiere dejar el refresco


 
Emuchas oportunidades, en situaciones extrañas, donde la vida de uno corre peligro, pareciera que Dios y el Universo se pusieran de acuerdo para salvarte y resguardarte. Hace unos seis años tuve un fuerte accidente en mi carro, un Fiat Uno blanco, del cual salí totalmente ileso. Imagínense, siendo yo de 1.86 metros de estatura ¿cómo pude salir sin un rasguño de ese golpe cuando el carro quedó totalmente volteado y el techo aplastado? Ni yo mismo me lo explico, pero la razón fue porque el asiento, que por ser un carro viejo y estaba totalmente trancado, al momento del volcamiento se fue hacia atrás, quedando totalmente reclinado, permitiendo que mi cuerpo quedase casi acostado durante el choque. Ese asiento ni se movía, estaba durísimo, pero allí cedió. Entonces pienso, las cosas del destino, la suerte, la actuación divina o lo que sea…o que simplemente no era mi hora.
 
Imagino que a ustedes les ha pasado algo similar. Yo tengo varios cuentos sobre esto, aunque gracias a Dios he estado en pocas situaciones de peligro (aunque he estado en dos volcamientos).
 
La mata y el estacionamiento
 
Una vez, estando yo en segundo grado, me encontraba esperando a mi papá al terminar mis clases en la Escuela Pedro Julio Maninat de la ciudad de Cabimas. Mi padre me buscaba todas las tardes. En realidad no recuerdo por qué no tenía transporte.  A las 6:00 pm nos apostábamos todos en el estacionamiento del recinto escolar. Poco a poco vi marchar a todos los alumnos, algunos en sus transportes, algunos a pie solos, otros con sus padres, en fin me fui quedando solo en ese estacionamiento que está por la parte posterior de la escuela, debajo de una mata que había en todo el medio. Pasaban los carros y yo esperaba que fuese la camioneta Ford blanca con franjas azules y rojas de Lagoven que mi papá manejaba. Yo seguía esperando, entretenido con algunos pájaros que estaban echando broma en la mata. Ningún profesor se me acercó, nadie me preguntó cómo me iba, ni el vigilante notó que yo estaba allí.
 
Pasó como una hora, obviamente rompí en llanto asustado ya. Eran como las 7 y algo de la noche, recuerdo que era un viernes, por los días del carnaval de 1988. La escuela se veía inmensa, grandísima, ustedes saben que uno cuando niño ve todo más grande (y bueno, igual esa escuela abarca toda una manzana). Decidí buscar a alguien adentro, a ver si quedaba un maestro o una persona adulta que pudiese ayudarme. Pensé en mis cortos seis años de edad, que tal vez un vigilante estuviese adentro. Comencé a caminar, atravesé la cerca de ciclón que dividía el patio con el parqueadero, y me dirijo al patio central. Pero estaba demasiado oscuro, me dio mucho miedo y recordé que allí había una leyenda sobre un vigilante hallado muerto, que lo consiguieron colgado…el pavor me dominó, me devolví a mi mata. Entonces también la misma mata me asustó, pensando que allí había sido el lugar donde encontraron al muerto colgando.

Ya estaba cansado, recontra lloroso, asustado, sucio y con mucha hambre. Pero bueno, yo sabía dónde quedaba mi casa y sabía dónde estaba parado. Decidí irme a pie. Los que conocen Cabimas, esta ciudad del occidente venezolano, saben que es bastante lejos una caminata desde la Escuela Maninat (Campo Blanco) hasta el centro donde vivía yo. Pero ajá, no tenía más opciones; quizá si hubiese sido en esta época le envío un mensajito de texto a mis padres y listo…o me va a buscar mi tío o lo que sea. Pero en 1988 los celulares estaban en pañales casi con la misma edad que tenía yo.

Caminé, salí del estacionamiento, crucé a la izquierda, pasé por el frente de la recordada tiendita La Fresita, luego doblé a la izquierda de nuevo, pasé El Nuevo Juan, caminé por el frente de la línea de taxis Polar (no se me ocurrió tomar uno) y emprendo camino frente a la bomba y la Casa Eléctrica, una tienda de electrodomésticos. En eso, una mujer de unos 40 años me detiene, me observa, yo estaba sucio y seguía llorando. Nos habíamos encontrado de frente y me pregunta:
La Pedro Julio Maninat en la actualidad.
       – ¿Hijo, estás perdido?
       – NO. Contesté.
       – ¿Cómo te llamas?
       – Rafael David.
       – ¿Y de dónde vienes?
       – De mi escuela, la Pedro Julio.
       – ¿Y tus padres?
       – Deben estar en mi casa.
       – ¿Pero sabes dónde vives?
       – Sí, sé donde vivo.
       – Bueno, vente conmigo y yo te llevo a tu casa.
      
     Dicen que uno no debe confiar en extraños, pero con seis años de edad es poca la malicia, además en esa situación ¿qué más podía hacer? Y bueno, la señora se veía buena. Ella me llevó, no hasta mi casa, sino hacia una estación de la Policía Regional que estaba en el Campo Concordia, frente al Club La Salina (que está al otro lado de la escuela). La señora me presenta ante los policías los cuáles me preguntaron mi dirección y número de teléfono, datos que sabía perfectamente. No recuerdo si llamaron a la casa…recuerdo es que por primera vez vi una pistola en vivo y directo…era plateada, imagino que no era un arma de reglamento, porque los oficiales me dejaron tocarla, por supuesto estaba descargada. Otra cosa inolvidable fue que me montaron en una patrulla, aquellos Toyota «Land Cruiser» azules a los que uno les dice “Jeep”, era de esos largos. Prendieron las luces de arriba mientras yo les indicaba con exactitud donde se encontraba mi casa. Ir en esa patrulla a esa edad era sentirse como en una película de acción, con policías reales, qué molleja y yo era el protagonista. Llegamos a mi casa la número siete de la calle San José. La patrulla toca la sirena y a mí se me iba a salir el corazón. Uno de los policías (iban dos) se baja y mi vecina Cecilia, estaba en el frente informándole que no había nadie en casa. El policía me da la noticia y yo les digo que vamos para que mi abuela Carmen, su dirección me la sabía perfectamente también. Entonces arribamos a la Calle Urdaneta (calle 4 de Las 50) y estaba cerrada. Es que había un festejo, se celebraba el carnaval y en esa alegre calle siempre hacían los fiestones. Sin embargo, al ser una patrulla abrieron el paso. El oficial al volante prendió la sirena y bueno, toda la calle vio el alboroto, eso estaba full de gente y yo me sentía de nuevo en una película de acción. 
      
     Finalmente llegamos al frente de la casa de abuela, todo el mundo se extrañó…los policías me bajaron, salió la gente…y allí mi mamá se dio cuenta que a mi papá se le había olvidado buscarme en la escuela…casi se desmaya jajajajajajaja. Por razones claras yo fui la noticia del día en la casa y en la calle, la celebridad, el niño que llegó en una patrulla.
     
      Hoy por hoy me pregunto quién será esa señora que me ayudó, esa persona que Dios y el Universo pusieron allí en ese preciso momento, o que por “casualidad” pasaba por allí y me tendió la mano. Quizá me hubiese perdido en el camino, o me agarra un traficante de órganos, o me atropella un carro…menos mal que eso no pasó.
 
Notas:
         –  Mi papá se encontraba en el Club La Salina, con solo cruzar la pasarela tenía para encontrarlo.
       – En la foto donde salgo en este artículo, tenía como 3 años según mi madre.
       – En estos días estuve por la escuela y ya la mata del estacionamiento no existe.
       – Esa ha sido la única vez en mi vida que me he montado en una patrulla. 
 
 
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     Fotos: Google.com
     Archivo personal
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