Eduardo es un abuelo de cincuenta años, es decir, no tan viejo. En su casa tiene mucha vitalidad, personas especiales y muchos golpes de cariño.
Por: Eduardo Mendoza. Le gusta el rap, la salsa y el pollo frito
Cuando nació mi hija mi principal temor era que se pareciera a su abuela materna,
No porque la señora fuera fea, por qué no lo es, si no por qué cuando yo saliera con ella iban a pensar que la secuestré o algo así.
Mi hija nació blanca y los ojos se le veían claros como la mamá, yo pensaba: bueno esperaré que crezca un poco, le daré caraotas y la dejaré al sol más tiempo. Pero después se acaneló un poco, pero igual desde el primer día siempre salí con ella.
Mi hijo varón, ese si nació super blanco, pero era como mi copia con poco tóner así como los billetes de 10 nuevos. Él siempre fue un chamo burda de hiperactivo, a los dos años y medio se bloqueó y empezamos a notar que algo estaba bien: dejó de hablar y hacer cosas.
Una vez tuvo un episodio de risas como de media hora y nos tocó correr pero los médicos no entendían. Luego fuimos al pediatra y nos mandó con unos «especialistas», ahí fue peor, hasta que llegamos a Sovenia, ahí ya nos dieron la noticia de que hermanos padres de un autista.
Teníamos algo de conocimiento, ya que un primo es síndrome down y yo lo llevaba a la escuela y ahí vi varios chamos con autismo. Pero una cosa es verlo y otro tenerlo.
De verdad en Sovenia nos trataron muy bien y nos dieron muchos consejos y tips.
Una vez una maestra nos dijo que nuestro chamo tendría limitaciones en el habla que no esperáramos mucho que no lo presione, que dará lo que pueda y ya mi chamo habla dos idiomas, yo de vaina hablo «Tuki». El español no se le da mucho así que nos tocó aprender un poco de inglés.
Mi chamo ya tiene 15 años y una vez tuvo una erección, me llamó gritando y me dijo que le tomara una foto en su «tequeñón». No lo hice pero aún me río de eso.
Mi hijo es autista pero es más artista dibuja muy bien, y su memoria es impresionante puede recordar cada detalle.
Puede decir la fecha y la hora de algo que pasó hace 5 años (yo no me acuerdo que desayuné). Solo abraza a los conocidos. Come como si su vida dependiera de eso. Solo confía en mí y su mamá. Todo lo enumera, por ejemplo: Escuela 1 escuela 2 escuela 3. Casa 1, casa 2, casa 3. Le gustan los gatos.
Me repite las cosas hasta que está convencido de que entendí y si me ve dudoso me lo vuelve a repetir. Su computadora es sagrada y se sabe todos los capítulos de Mr. Bean animado.
No le gusta tener tanta gente al rededor. Le gusta el café en las mañanas y el té en la noche.
Luego llegó el nieto. No lo esperaba pero llegó y vaya que cambiaron las cosas. Ese pequeño niño de casi dos años no pasa un día en que no me joda, se ríe igual que la mamá y creo que disfruta mucho verme caer o tropezar. Es como ver a la mamá pero con pipí.
Mi chamo se pone celoso porque yo juego con el «Agresor» (el nieto),así lo llamo y cuando juego con él mi chamo busca también llamar mi atención. Ya compartimos más y los celos están cediendo a la complicidad, o sea, me roban las galletas y son cómplices en el secuestro del TV.
Somos tres niños jugando, solo que yo soy el que se acuesta adolorido después cada quien a su cama y yo ahí calmando la vejez con diclofenac y árnica.
Soy un abuelo de 50 que le pone rap y salsa al nieto y luego escucha música electrónica con su hijo. Después escucho algo así como: «Eduardooo recojan toda esta vaina, yo tengo tres niños en esta casa».
Mi hija lo busca y la casa queda como en silencio. Mi hijo se acuesta y yo trato de enderezar mi espalda pero luego en la mañana cuando la jevita bendice el día con el olor a café, arranca el kinder de nuevo. Yo me ausento un rato a trabajar, pero no mucho, me apuro en llegar para nuestra coñaza nocturna de tres machos, uno de 50, otro de 15 y uno de casi dos ( pero es el que más jode).
Ya a esta hora lo que queda de mi está pensando en el cuento de mañana y les aseguro que da mucha risa y si no escribo es porque este par me coñaceó y no pude hacer nada…seguiremos informando.