No es que me haya hecho pasar por el beisbolista, solo se confundieron.
Por: Rafael Sulbarán Castillo. Periodista. Quiere al «Cohete» en Cooperstown
Gran parte de mi infancia y mi adolescencia la pasé en los clubes de la industria petrolera venezolana. Primero en el Club Social y Deportivo La Salina, en Cabimas, el principal puerto petrolero de Venezuela. Mi padre era miembro por ser trabajador de Lagoven, incluso, llegó a ser parte de la junta directiva. Por esa razón casi todas las tardes luego de salir de clases (la escuela quedaba justo al lado del club), me iba con mis hermanos a acompañar a Onelio Rafael, mi papá, mientras se reunía con sus compañeros de trabajo.
En 1992 Onelio obtuvo el título de ingenerio en petróleo y sus jefes le ofrecieron un ascenso el cual aceptó. Esto siginificó que pasaba a ser un miembro activo del Club Lago La Salina, otro recinto con piscina, cancha de tenis y boliche incluidos que era exclusivo para trabajadores de alto rango o «nómina mayor» como se le denominaba.
Por eso, ya en mi adolescencia, el Club Lago se convirtió en un lugar que frecuenté bastante, sobre todo los domingos que visitabamos la piscina y nos atragantábamos de tostones salados en bolsa. En esa cancha de «bowbling» aprendí a lanzar y de pana que no me fue tan mal. Me gustaba practicar y llegué a pensar en tal vez volverme un profesional, pero eso quedó solo en un deseo lejano.
Me gustaba tanto que, además del domingo, comencé a ir a la cancha de boliche los días de semana cuando había menos gente rondando por allí. De esa forma podría practicar mucho más cómodo sin que nadie me molestara.
Por esos días de 1999, creo que a finales de ese año, mi padre me regaló un celular que en ese momento me parecía una rareza. Se trataba de un teléfono Hyundai, sí, la misma marca coreana de automóviles. La particularidad de ese celular era que tenía una pantalla donde podías colocar tu nombre o cualquier mensaje que se te ocurriera. En la pantalla se veía la hora, la fecha y cuando te dejaban una llamada por supuesto se reflejaba. Y debajo de toda esa información: tu nombre.
Como yo siempre he sido fanático del beisbol, este deporte ha estado cerca en muchos momentos de mi vida y claro, estaba también en la pantalla de mi celular. Roger Clemens, legendario pítcher con más de 20 años de carrera, era de los mejores lanzadores de esa época y además jugaba para un equipo que me ha simpatizado desde que ganó la Serie Mundial de 1993: los Toronto Blue Jays. Entonces en la pantalla de mi flamante Hyundai relucía el nombre de ROGER CLEMENS.
Una tarde me fui a jugar boliche. Llegué a eso de las 2:00 de la tarde y no había nadie, era un jueves. Luego de tirar una línea, el local se fue llenando hasta topar la capacidad. Yo estaba jugando solo en la línea cuatro y en eso se me acercan dos muchachas jóvenes (más que yo) de esas que uno ve en las películas adolescentes gringas. Eran rubias, flacas, de pelo largo y con vestido de tenis. Algo así tipo Paris Hilton y Britney Spears (que en ese momento estaban de moda). Siempre las veía, sobre todo los domingos luego que jugaban tenis. No recuerdo sus nombres, pero sí sus caras. Una de ellas, la más alta, me pregunta:
-Hola chico, ¿cómo estás? ¿Nos dejarías jugar en tu línea? Es que anda full esto.
-Hola, ¿bien y vos? Claro, dale, jueguen acá, yo les hago un espacio.- Repondo nervioso.
Yo acababa de terminar una línea, ya me iba a ir, pero claro, ahora con esta compañía valdría la pena quedarse hasta tarde así se me hinchara el brazo. Las catiras buscan su pelota y se acomodan allí conmigo. Desecho las hojas donde había anotado las otras líneas y voy hasta el mostrador para que me den unas nuevas. Mientras espero, noto que la chica más alta toma mi teléfono y dice:
-Roger Clemens…¡Ay, ese nombre me suena!
-Umm puede ser, pero qué raro.- Dice la otra rubia.
Yo me eché a reir pero no dije nada. Cuando me acerqué, de una vez la chica me pregunta:
-¿Te llamas Roger?
-Sí, Roger, Roger Clemens.- Le respondo.
-¿Y ese apellido de dónde salió?
-Bueno, mi tatarubuelo era irlandés y emigró a Estados Unidos. Luego por el petróleo vinieron a dar acá.-Les mentí.
-Ay, pero tú eres morenito.
-Claro, es que mi madre es de acá, criollita.
-Mmmm ese nombre me parece bastante conocido, creo que se lo he escuchado a mi papá cuando ve sus juegos de pelota.
-Bueno, tal vez tenga un primo que juega béisbol, pero en realidad no tengo idea, no me gusta el béisbol.
– OK, no importa: me da gusto conocerte Roger, Roger Clemens.
No sé porque les mentí, quizá creí que así me haría más interesante para las chicas con ese nombre inventado de un famoso jugador de las Grandes Ligas. Pero bueno, no le estaba haciendo daño a nadie.
Comenzamos la partida y en la hoja de anotación también puse mi nombre ficticio que se veía reflejado en la pantalla arriba de nuestra línea de tiro. Pensaba que si alguien conocido llegaba y veía la pantalla, se me caería la mentirita piadosa.
Como las rectas del verdadero Roger lanzaba la pelota tratando de hacer chuza, en unas lo conseguí, en otras no. Ya estaba cansado, pero la motivación de llamarme Roger Clemens ante esas dos bellezas me mantenía firme. Tal vez conseguiría su número de teléfono y la fantasía de ser pariente de europeos me ayudaría a conquistarlas. No sé, inventos de muchacho jajajaja.
Se acabó el juego y las chicas se despidieron. Así no más, sin besito ni nada. Solo un : «Chao Roger, nos vemos por ahí». Yo me fui a la casa un poco emocionado, pero frustrado porque la mentira forzada no me ayudó en nada.
El próximo domingo luego de jugar tres líneas, salgo a tomar aire y me las consigo en la entrada del club.
-Hola Roger, cómo estás? Sabes que estuve viendo un juego con mi papá, de los Blue Jays, y ¿a que no adivinas?
-¿Qué pasó?
-Estaba lanzando un señor que tiene tu mismo nombre: Roger Clemens jajaja ¿Qué casualidad no? ¿Será tu primo?
-Wow de verdad, qué coincidencia.
-Oye, deberías averiguar si es familiar tuyo porque esos señores ganan mucho dinero, tal vez te lleve para Estados Unidos.
-¿Te imaginas? De pronto soy millonario y no lo sé.
-Bueno, me avisas cualquier cosa. Te dejo mi número de teléfono y me cuentas…tal vez me llevas contigo.
Me estampa un beso sonoro, me pica el ojo y se va.
Yo quedé azul, anoté su número pero nunca la llamé. Tal vez se hubiese decepcionado al saber que lo único que tengo de millonario son las ganas. Cosas de la vida.
Foto: SB Nation