El barrio que rodea uno de los estadios más emblemáticos de Argentina le da el nombre al club. Un sitio colorido, concurrido en el día pero en la noche es más calmadito, al menos que juegue el Boca…así como hoy
Por: Rafael David Sulbarán. Periodista. No compró una camiseta en Caminito. Le va al Boca.
Una vez estuve en el estadio de Boca Juniors. Me escapé un ratico de un curso que hacía en Buenos Aires y bueno, tuve la oportunidad, en menos de una hora de recorrer ese popular barrio enclavado en medio de una de las zonas más turísticas de la capital argentina. “La Bombonera” está así como puesta intencionalmente en medio de esas casitas antiguas al estilo europeo, como si los constructores lo hubiesen colocado allí para completar todo lo que hacía falta en ese barrio y darle el toque ideal.
“La Boca” es ese barrio que mezcla la cultura, el fútbol, el tango, los colores, bares y restaurantes bien simpáticos y que sirve de anfitrión de uno de los equipos de fútbol más populares del mundo. “Esto acá es muy colorido y concurrido de día, pero de noche es un poquito peligroso, así que ten cuidado”, me dijo una señora que me vendía una camiseta del Boca en 10 pesos que estúpidamente no compré.
En esa escapada decidí caminar por hasta el estadio, pero en mi recorrido me conseguí con varias cosas en «Caminito», una calle que se divide en vías donde hay de todo, venta de ropa, estatuas del Papa Francisco, Maradona, galerías, música gaucha, un museo de cera, en fin allí explota la cultura. Una de esas primeras cosas que hallé fue una bailarina de tango que me invitó diciéndome: “¿Querés bailar tango conmigo? Yo te enseño por 20 pesos. Si querés la foto me das 10 pesos”. Yo me sentí estúpido nuevamente al rechazar la oferta del baile, pero sí tomé fotos, aunque no desde mi cámara, sino con la de otro turista.
Yo no era precisamente un turista. Como les dije antes estaba en Buenos Aires por un curso, pero en algunos tiempos libres tuve el chance de ver algunos sitios. Mi hotel quedaba en una zona popular y turística también llamada “San Telmo”. Son varias cuadras llenas de bares, restaurantes, panaderías chéveres y demás cosas. Por allí está la famosa mini estatua de Mafalda donde todo el mundo se sienta a tomarse una foto. Allí cerquita me comí la mejor milanesa de mi vida. Todavía tres años después la estoy saboreando.
San Telmo por estar un tanto cerca de La Boca es un barrio tradicionalmente del equipo «xeneize» y bueno, por cosas extraordinarias de la vida me tocó vivir un clásico Boca-River en la ciudad. Ambos equipos son los archirrivales más conocidos del fútbol argentino y sin duda representan el clásico más clásico de América y me atrevería a decir el segundo del mundo luego de los españoles del Barcelona y Real Madrid.
En esa oportunidad jugaban el partido de ida de los octavos de final de la Copa Libertadores de América en su edición 2015. River venía del regreso a la A en el torneo local y quería reencontrarse con su tradición ganadora. Esa noche casi lo hace. Pude observar entre cervezas gigantes de un litro, muchas papas fritas, hamburguesas grandes, muchas camisetas azules y amarillas y puteadas al árbitro un empate 1-1 en ese partido de ida que se jugó en el Monumental de River, a escasos kilómetros de donde me encontraba observando la tradición futbolera argentina en medio de un día que se paraliza todo. Está de más decirlo pues. El tema de conversación durante toda una semana fue ese: el clásico. River Plate al final se llevó el triunfo en la vuelta en aquel recordado juego donde quemaron con una bengala a varios jugadores. Luego los “millonarios” alzaron la copa y el ego de sus hinchas.
Siempre me he inclinado por Boca, aunque mi deporte predilecto no es el fútbol. Claramente al estar en un país bicampeón mundial y que tiene una iglesia dedicada a una estrella de fútbol como Diego Maradona, quería vivir un poco de ese fútbol y bueno, luego de presenciar el clásico en las calles, luego de escaparme un ratico del curso, decidí visitar La Bombonera. En el camino ya me había distraído aquella bailarina de tango. También me detuve a ver unas pequeñas tienditas instaladas en una especie de edificio antiguo así como de lata, muy colorido que evoca a esas antiguas construcciones rurales. Todavía hay muchas en pie allí.
También me distrajo un pedazo muy grande de pupú de perro que se quizo ir conmigo en la suela de mis Adidas blancas pero que pude escurrir a tiempo para que no dejara mayor evidencia en mi caminar. Miraba encantado la grandísima cantidad de bares viejitos que me conseguí, todos con letreros de Quilmes, la cerveza por excelencia de Argentina. Provocaba entrar y matarse a cebada hablando de la dictadura, de lo bueno que fue Maradona y de lo maravilloso de los asados. Pero no podía, solo tenía un receso de una hora y bueno, La Bombonera no podía esperar.
Mucha gente iba conmigo, casi que en el mismo plan. Claro, todos con su suela casi limpia sin residuos de perros. Todos caminábamos viendo a los pibes en mini canchas urbanas practicando como lo hacía Lionel Messi (aunque en otra ciudad, claro), también veíamos una gran cantidad de automóviles parqueados en las orillas de la carretera. Yo creo que en Buenos Aires están todos los carros del mundo, y están allí parados, algunos con polvo, otros cagados de palomas, otros sin cauchos, algunos hermosos. No sé, pero pareciera que los carros forman parte de la naturaleza urbana del paisaje. Están puestos allí como el estadio.
Crucé a la izquierda y una pared amarilla gigante de no sé cuántos metros me indicaba que había llegado. Seguí en línea recta y me mezclé entre muchas camisetas azules y amarillas en venta, balones, pitos y cualquier tontería futbolera. A mi izquierda habían bares, unos cuantos. Por supuesto con motivos del Boca. Obras de arte, estatuas de Maradona, de Carlos Gardel. En fin una recreación de lo bueno que son los argentinos en fútbol y la música. Todo eso te invitaba a entrar, a embriagarte a conversar mil horas de fútbol como Quique Wolf y porqué no, salir abrazado de una Valeria Mazza. Pero eso no iba a ocurrir, yo debía llegar a la puerta del estadio, tomarme una foto y regresar a mi curso. Llegué, empecé a tomar fotos, intentos de selfie y malos ángulos.
Cuando uno anda por allí en otro país nunca se espera a que lo reconozcan ¿y adivinen qué me pasó?: “Hey cabimero, tomáte una fotico, vergación jajajaja”, me gritó una persona. Cuando voltié vi a un pana que se vino conmigo en el mismo avión. El chamo iba con su esposa. “Vergación, qué molleja jamás pensé encontrarme a alguien conocido acá, vos sois la verga jajajaja”, le dije yo. Hablamos un ratico y bueno nos sacamos fotos y fotos. Al fin una gráfica decente me pudieron tomar mis paisanos zulianos. Al ver toda esa escena, encontrarme con mi gente, sentí como si estuviera en mi natal Cabimas, en el estadio Venoil, en el Víctor Davalillo a punto de entrar a un juego de pelota. Pensé: “Coño, estoy lejos, ve donde ando…de Cabimas a la bombonera”.
Regresé a mi curso con una sonrisa en la boca, una breve experiencia boquense, maravillado con la majestuosidad del estadio enclavado entre un barrio que de día fiesta, cerveza, gritos y que de noche es calmadito…al menos que juegue Boca, como hoy, en la final de la Copa Libertadores…ante River Plate.