Dejemos de pensar así
Por: Chamán Urbano-panfletonegro.com
Esta semana hemos tenido una oportunidad de lujo para tomar consciencia de ese gran Otro del venezolano –la cultura venezolana– y de nuestra relación con él.
Por una parte, Roy Chaderton, nuestro eminente embajador ante la OEA:
1. Se expresó cándidamente en torno a los adversarios políticos del bando con el que él se identifica.
2. Ante la reacción generada se excusó, no sólo diciendo que sus palabras fueron «descontextualizadas», sino esperando una disculpa por parte de que quienes denunciaron lo asqueroso de su comentario.
Por otra parte, Rodner Figueroa, otro compatriota:
1. Se expresó cándidamente de Michell Obama.
“Ojo, ustedes saben que Michelle Obama parece del elenco de ‘Planeta de los Simios’, la película”.
Ambos son lo que Nietzsche llamaría “pálidos delincuentes”, sujetos que no están, para nada, a la altura del crimen cometido; individuos que se horrorizan frente la imagen que proyectan, toda vez que ésta es reflejada de vuelta hacia ellos. Podríamos aclarar el punto reformulando aquel conocido refrán popular: mataron el tigre y ahora el cuero les recuerda que son unos asesinos.
Yo en lo particular no los culpo. Creo que como venezolanos necesitamos un estómago de hierro para sostener la mirada frente al espejo y no sentir náuseas con eso que proyectamos (y de lo que no queremos hacernos responsables). Porque de eso se trata todo esto, de eso que nos acecha desde lo más profundo de nosotros mismos y, que sin ser inherente a “nuestra esencia”, nos da sustancia; eso de lo que la “crisis política” es sólo un síntoma, eso que se manifiesta no sólo en este par de casos sino en el día a día; en el racismo, en la homofobia, en la violencia doméstica… siempre como un quiebre en la narrativa en torno a “el mejor país del mundo”, “la gente más cálida” y demás perlas del chauvinismo criollo.
Por mucho que queramos negarlo o desmentirlo, hay algo horrible que sale a la luz a través de las grietas. Así que no te hagas el inocente, que no es sólo Chaderton o Figueroa. Todos estamos picados por la misma culebra –la cultura venezolana–, aunque no todos mostremos los efectos típicos del veneno: “Te quiero eliminar, pero por favor quédate callado, que por encima de todo quiero seguir pensando que soy una buena persona, pese a lo que diga, pese a lo que haga para destruirte. Si lo denuncias, lo negaré, me haré el ofendido y la víctima y te exigiré una disculpa”.
Quizás es tiempo de asumir que venimos de una cultura enferma; que somos responsables por sostener y transmitir una visión autodestructiva de la vida, el mundo, las cosas y las personas. Este, en todo caso, sería el primer paso para empezar a construir una salida al callejón sin salida en el que estamos como sociedad. Tenemos que aprender a hacer algo distinto con nuestras circunstancias (más allá del placer morboso de refocilarnos en nuestra miseria o de sentirnos especiales por esto horrible que “nos pasa”).
Al respecto, y como una prueba más para sostener mi argumento, una de las cosas más curiosas del caso venezolano es que no ha habido ningún factor externo que explique la debacle. Como si padeciese de una enfermedad autoinmune, el país se ha ido a pique solito, para colocarse, de manera permanente, al borde del colapso.
¿Y cómo se transforma una cultura entrópica en una que canalice de mejor modo la agresión, que contenga la violencia y permita la convivencia civilizada? No tengo la menor idea; sólo se que cada vez que apelamos a la geografía (v.g. las maravillas naturales y las riquezas minerales) o que usamos cierto tipo de humor – ese que va acompañado de la frase “¡CDLM, es que el venezolano es una vaina!”– seguimos cavando nuestro propio hueco.
Nota original de Panfletonegro.com
Publicada el 12 de marzo de 2015
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